Calatayud divide su corazón entre el glorioso recuerdo de Roma, la Bilbilis Augusta, patria del gran poeta Marcial, y la potente tradición mudéjar. La localidad zaragozana aparece en el paisaje con el ímpetu de una urbe monumental que manifiesta la fusión de varios estilos.
La superposición de las culturas romana, musulmana y mudéjar que pasaron y dejaron su huella por estos lares confieren a Calatayud, cuyo nombre deriva del caudillo árabe que gobernó esta plaza fortificada, un aspecto único y original en todo el país.
El Fuero de Calatayud
Alfonso I el Batallador la conquistó en 1120 y le otorga el Fuero de Calatayud poco tiempo después. Allí permaneció una extensa comunidad musulmana responsable de la decoración mudéjar de los edificios.
En el siglo XV se produjeron en la localidad sendos acontecimientos de importancia: la coronación de Fernando II como rey de Aragón en 1461, y la firma, en 1481, de la Carta de Calatayud entre los Reyes Católicos y Fernando de Guanarteme, por la que los reinos canarios se incorporaban a la Corona de Castilla.
Qué ver en Calatayud
La antigua Bilbilis ocupa un cerro que domina el río Jalón. Alcanzó su máximo esplendor en el siglo I de nuestra era. Tuvo foro, teatro, villas, termas, viviendas y recinto amurallado. La visita hay que comenzarla con la subida al conjunto fortificado islámico, del siglo IX, que lo convierte en el más antiguo de su clase en la península.

Un centro de interpretación ayuda al viajero curioso a situarse en la historia y a profundizar en el entorno de Bilbilis. A través de maquetas, fotografías y paneles informativos se explica cómo era esta ciudad romana, el proceso de excavaciones realizadas hasta la fecha y sus hallazgos.
Su soberbia colegiata de Santa María (siglos XIV-XVI) abruma al viajero. Llama la atención la torre octogonal embellecida con motivos geométricos de ladrillo. Es una torre conversa que no disimula su antigua condición de alminar. La portada renacentista está elaborada con alabastro.
Otra hermosa torre mudéjar y octogonal es la de San Andrés (siglos XV-XVI), encaje de vanos apuntados, celosías, rombos, cruces y esquinillas, que preside el perfil de la ciudad. El paseo puede proseguir por el santuario de Nuestra Señora de la Peña (siglo XIV) y la colegiata del Santo Sepulcro (siglo XIV), gótico-mudéjar.
Dentro de la estructura mudéjar de la iglesia de San Pedro de los Francos, destaca su portada gótica levantina. Este templo fue escenario en 1461 de la coronación de Fernando II y, en 1978, de la constitución oficial de la Diputación General de Aragón.
El patrimonio militar de la urbe maña junta tantos castillos en tan poco espacio que llega a pecar de reiterativo. Destacan el castillo Mayor, la torre Mocha y la puerta de Terrer, con su fuente de los Ocho Caños.

El patrimonio civil va igualmente sobrado de palacios y casas solariegas, de entre las que sobresale el Ayuntamiento. Otro edificio de carácter singular es el Palacio del barón de Warsage, del que sobresale su excelente portada neoclásica.
Como curiosidad, tampoco debe faltar la visita al mesón de La Dolores, que debe su nombre a la leyenda que se popularizó por toda España gracias a la música, la pintura, la novela, la poesía e incluso el cine. Y es que Aragón es lugar de cuentos y leyendas.
Fue la historia de una moza honesta y generosa que se ganaba la vida en un mesón de Calatayud y de la que varios personajes quedaron perdidamente enamorados.
Si hablamos de gastronomía, la Denominación de Origen Calatayud produce vinos mediante uva garnacha y en la ciudad se encuentran varias bodegas.