En Asturias y a partir del primer milenio antes de nuestra era, el paulatino avance de las técnicas agrícolas, el dominio de los metales y la configuración de nuevos patrones sociales y económicos tendrían su materialización en poblados fortificados ubicados en posición dominante que recibirían el nombre de castros.
Con la llegada del Imperio romano, los castros asturianos acabarían por formar parte de las estructuras de dominio imperial en la Península Ibérica, que ambicionaban explotar la abundancia en recursos minerales de estas tierras.
Precisamente, la minería del oro sería el principal foco de explotación del occidente de Asturias, articulándose todo un sistema en torno a los ríos Navia y Porcia, que se convertirían en un gran eje norte-sur volcado en la explotación aurífera.
Durante los aproximadamente mil años transcurridos entre el final de la Edad del Bronce y la plena implantación romana no se conoce en Asturias otra modalidad de asentamiento que el fortificado en forma de castros.
Abandonados progresivamente tras la caída del Imperio romano (siglo V), el viajero puede hoy contemplar sus imponentes estructuras y la perenne huella de siglos de explotación minera, que con una mirada atenta aún se muestra en el paisaje.

El castro era, en esencia, un poblado instalado en una posición topográfica dominante al que sus habitantes dotaron además con defensas casi siempre monumentales. Gracias a las excavaciones arqueológicas sabemos en la actualidad de la habilidad de los habitantes de la cultura castreña en el alfar, de su pericia metalúrgica y capacidad artística para la fabricación de joyas.
Mucho antes, la presencia humana en las tierras interiores de Asturias bañadas por el río Eo se remonta a época megalítica, no más allá de unos 6.000 años. Aunque la presencia humana se atestigua en las tierras interiores del valle del Navia a partir de tiempos neolíticos, hace unos seis mil años.
Así se presenta el Parque Histórico del Navia, un recorrido por la Asturias castreña en el que sobresalen yacimientos tan icónicos como el Castro de Coaña. Este asentamiento, datado en el siglo IV a.C., destaca por su gran foso defensivo. Es el más popular de Asturias. El castro fue construido sobre una pequeña colina y delimitado por una gruesa muralla a la que precede en todo su perímetro un foso excavado en la roca.
Pero, junto al de Coaña, se encuentran otros castros, como el Chao Samartín, cuyas campañas de intervenciones arqueológicas aún siguen aportando nuevos datos para comprender el mundo castreño. Su origen como asentamiento estable se remonta a la Edad del Bronce, cuando en torno al año 800 a.C. se estableció sobre su explanada superior un primer recinto fortificado.
También destaca el yacimiento de As Covas da Andía, como referente de explotación aurífera romana. Y otros más: Pendia, Cabo Blanco, Mohías, El Castelón, El Esteiro, los túneles romanos de Penafurada… Un recorrido inigualable para acercarnos a una época histórica repleta de secretos en pleno paraíso natural.
Sin duda, Asturias conserva en su territorio un buen número de restos de castros celtas, pero si alguna región abandera este tipo de yacimientos en la Península Ibérica es Galicia. El mundo castreño no es exclusivo de Asturias, sino que se extiende por el conjunto del noroeste de la Península. Algunos de los mejores ejemplos visitables se concentran en la provincia de Pontevedra, donde el viajero podrá visitar el castro de A Guarda.

Dónde dormir: Hotel La Barra; Av. de la Costa, 4; 33730 Grandas de Salime (Asturias); teléfono: 985627196.
Dónde comer: Restaurante Cenador Ferpel; Carretera Al Puerto, s/n; 33795 Coaña (Asturias); teléfono: 985473285.