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Los centros de internamiento para menores que se abrieron con la instauración de la dictadura franquista se extendieron por toda España. Eran auténticos reformatorios en los que proliferaban los castigos, los abusos y las violaciones. Como los hogares Mondet en Barcelona, el preventorio de Guadarrama, el de Aguas de Busot (Alicante), Niño Jesús (Almería), San Rafael (Segovia)…

Una vez finalizada la Guerra Civil Franco creó el Consejo Superior de Protección de Menores y el Patronato de Protección de la Mujer, que dependían del Ministerio de Justicia. Lo que luego fue conocido como la Beneficencia. Se tomó como modelo la Alemania de Hitler.

El régimen de la España de entonces quiso dar una imagen bien distinta a lo que acontecía en realidad. El NO-DO mostraba las imágenes de niños felices en los colegios y patios de estos centros. Pero la realidad era otra. Una muy cruel.

La mayoría eran niños muy vulnerables los que iban a parar a estos centros: pequeños de familias con muchas necesidades, pobres, de familias desestructuradas… Muchos de ellos eran ya de entrada víctimas del franquismo tras la pobreza a la que fueron conminadas muchas personas tras el fin de la Guerra Civil.

Los pequeños sufrieron vejaciones, malos tratos, abusos sexuales,… en estos centros de internamiento. Alguna víctima recuerda incluso que si se le escapaba alguna palabra en catalán, le lavaban la boca con jabón. Los docentes golpeaban con la regla en el trasero, daban bofetadas, soltaban collejas…

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Vejaciones y malos tratos abundaban en estos centros de internamiento.

Más allá del cachete o incluso la paliza que un padre podía dar a su hijo en un momento determinado, las historias que allí se dieron encierran auténticas torturas, castigos rebuscados, crueles, una humillación permanente.

Las niñas que ingresaban en los centros explican la crueldad que padecían a diario: rasuraciones de pelo, correspondencia censurada, límite de agua al día, comida caducada, pinchazos… Tenían que hacer sus necesidades en menos de diez segundos y después, completamente desnudas, se les duchaba y se tenían que secar con la misma toalla putrefacta.

Si protestaban se les sometía a otro maltrato: se les vertía cera caliente sobre la palma de la mano o se les quemaba la espalda y nalgas con cerillas. Eran auténticos campos de concentración de niños inocentes.

En el preventorio de Doctor Murillo de Guadarrama (Madrid) se convirtió en norma hacer comer el vómito si algún niño se ponía mal y devolvía. Los hechos abarcan desde 1946 hasta 1975, ya en tiempos de la democracia, nada menos.

Algunos de estos internados se convirtieron en fábrica de esclavos. Sobre todo los huérfanos o los niños arrancados de sus familias por la razón que fuera, eran redirigidos a la mina para convertirse en mano de obra gratuita. Pasaban hambre y frío y tenían que trabajar de sol a sol siete días a la semana.

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La Beneficencia franquista se inspiró en la Alemania de Hitler.

También estaba implicada una organización como Auxilio Social, creada en 1936, que levantó numerosas casas de acogida en las grandes ciudades. Un niño podía entrar en uno de sus centros con meses y salir con mayoría de edad. Se modelaba y adoctrinaba a los más pequeños en modelos patrióticos y religiosos.

En estos centros también pasaba de todo: agresiones, castigos, miedo, hambre, enfermedad… No todos eran centros religiosos, aunque sí dependían del Estado. Pero sí muchos centros se externalizaban a órdenes religiosas.

El viajero aficionado a la historia puede ampliar la información de este artículo en el libro Los Internados Del MiedoCentros de internado franquistas: campos de concentración para menores 1, escrito por Ricard Belís y Montse Armengou. De recomendada lectura para conocer bien qué es lo que realmente ocurrió y tratar de evitar que se repita. Más de 200 entrevistas recopilan testimonios que ponen la piel de gallina.


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