El Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) se encuentra en el Palau Nacional, el edificio emblemático y un poco teatral e inexpresivo de la Exposición Internacional de 1929, en las faldas de la histórica montaña de Montjuic, cuya cumbre ocupa el famoso castillo que defiende o amenaza Barcelona. Muestra el arte catalán desde el siglo XI hasta el siglo XX. La celebración de los Juegos Olímpicos de 1992 fue el pretexto ideal para rehabilitar el edificio y rediseñar la disposición de las piezas del edificio.
El museo es un muestrario de las bellas artes y disciplinas afines (fotografía, numismática) que Cataluña ha aportado al acervo de la cultura universal. Tiene unos cuantos kilómetros de salas y pasillos. Lo mejor, con gran diferencia, a juicio del que esto suscribe, es la colección de pintura y esculturas románicas, la más importante del mundo. Ante el peligro de que los frescos de los siglos XI al XII desaparecieran de las iglesias románicas perdidas en los valles pirenaicos, la autoridad los arrancó todos y los instaló, de forma modélica, en este museo.

Quizá la pieza más hermosa sea la pintura central del ábside de San Clemente de Tahull. El Pantocrátor, con su severa mirada, es la pieza más visitada, sin duda. Pequeñas maquetas de las iglesias y capillas que alojaban las pinturas se encuentran al lado de los originales, señalizando con marcas rojas los lugares ocupados por los murales. Igualmente, las salas reproducen la estructura interna de los templos, de manera que el visitante puede hacerse una idea muy aproximada de cuál era la disposición de las pinturas.
Las salas de arte románico guardan un ambiente en semipenumbra y solo unas pocas piezas reciben chorros de luz potentes, en un recorrido un tanto laberíntico por la disposición de las reproducciones de las iglesias. La amplitud del edificio permite que cada sala mantenga un espacio independiente, de manera que el recorrido por el arte románico tiene una entrada y una salida para acceder al gótico, por ejemplo, hay que desplazarse al lado opuesto del palacio y penetrar en otra sala específica.

En el MNAC también hay cabida para la exposición de diversas tallas de madera, piezas de orfebrería, capiteles de claustros, monedas, esmaltes y esculturas en piedra. No solo de murales y frescos presume el museo. En la sección dedicada al Renacimiento y al Barroco sobresalen dos tablas de Bartolomé Bermejo, un Martirio de San Bartolomé pintado por José de Ribera, una Inmaculada de Zurbarán y un célebre San Pablo de Velázquez, una de las escasas pinturas de este gran artista conservada fuera del Museo del Prado. Con todo, esta selección pictórica mejoró con la colección particular de Francesc Cambó y una cesión desinteresada del Thyssen-Bornemisza, con cuadros de Rubens, Fragonard y una curiosa escena mitológica, Cupido y Psique, de Goya.
Por lo que respecta al fondo artístico de los siglos XIX y XX, destaca por su variedad, pero sobre todo por su especial incidencia sobre el Modernismo catalán. Destacan obras de Isidre Nonell, Gaudí o Salvador Dalí. El MNAC ha ampliado su colección con varias obras de Pablo Picasso, entre las que llama la atención Mujer con sombrero y cuello de pie, o el Retrato de Thor Lütken, de Edvard Munch.

El MNAC es un edificio de enormes dimensiones que mezcla de manera sorprendente elementos clásicos con componentes de estilo churriguerista. Su silueta es una de las que identifican a Barcelona, realzada por los grandes reflectores de luz azul que lanzan seis haces gigantescos sobre el cielo de la capital catalana las noches de todos los días festivos.
La arquitecta italiana Gae Aulenti dio una nueva dimensión al Gran Salón, el mayor espacio cubierto de un edificio europeo. En una sola jornada será difícil ver con detenimiento las salas del románico y el gótico, pero es que además el MNAC está formado también por el Museo de Arte Moderno, el gabinete de dibujos y grabados, el gabinete numismático de Cataluña y la biblioteca general de historia del arte.
El expolio que padecieron las pinturas del románico catalán, de manera ágil y brillante, está tratado, en forma de novela recomendada para el viajero amante de la historia, en Strappo. Martí Gironell, escritor que en Lugares con historia ya nos recomendó descubrir la historia de San Benet de Bages y del Neolítico en tierras de Gavá y Banyolas, es autor de obras como El puente de los judíos
, El último abad
o El primer héroe. El nombre que da título a su último trabajo es precisamente una técnica de arranque de la superficie cromática de una pintura mural, con la que se consigue separar la película que forma la pintura del rebozado del muro posterior donde se encuentra.

Dónde dormir: Crowne Plaza Barcelona; Av. de Rius i Taulet, 1; 08004 Barcelona; teléfono: 934262223.
Dónde comer: La Font del Gat; Passeig de Santa Madrona, 28; 08038 Barcelona; teléfono: 932890404.
Precisamente, os dejo con una entrevista que los compañeros de Ágora Historia realizaron a Martí Gironell en la que habla de la historia del expolio del románico catalán: