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En Menorca, en el paraje de Torralba den Salord, emplazamiento de la famosa Taula de Torralba y otros monumentos megalíticos, existe un pozo, Pou de Na Patarra, que tradicionalmente se ha tenido por una de las bocas del infierno. Es solo una de las entradas al infierno que hay en España.

La de Menorca no es visitable porque una potente higuera plantada a propósito en su boca de entrada lo impide. Una expedición espeleológica que exploró la sima en el año 1950 encontró una amplia chimenea de sección aproximadamente trapezoidal que desciende unos 64 metros hasta que un tapón de piedras sueltas impide el paso.

La chimenea es en parte natural, con estalactitas, y en parte artificial, por los 137 escalones retallados que bajan en zigzag a lo largo de ocho tramos. Algunos dicen que el fondo está atorado de piedras, pero que, en realidad, los escalones son 368.

Un averno donde no se puede respirar

El pozo impone porque durante el descenso va aumentando la temperatura y el grado de humedad hasta casi hacer el aire irrespirable y producir una sensación de ahogo, al tiempo que la condensación moja las paredes y el visitante tiene la sensación de estar deslizándose por la garganta de una de esa plantas carnívoras que facilitan la entrada de un insecto incauto pero le imposibilitan la salida.

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La entrada al pozo de Torralba den Salord.

A ello se une el sonido del agua que se oye caer pero no se ve y la creciente dificultad de los escalones más resbaladizos y viscosos a medida que se profundiza. Al final del trayecto dicen que hay una pequeña pila de piedra que recibe el agua filtrada por las paredes rocosas. Los fragmentos de cerámica romana y medieval encontrados en el fondo indican que la obra es antigua y que se ha conocido y usado de siempre.

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Algunos autores atribuyen a esa agua la propiedad de rejuvenecer al que la bebe, aunque también puede concebir pesadillas con la aparición de íncubos o súcubos, según se mire. La leyenda también dice que el 24 de junio al mediodía los rayos del sol iluminan el fondo del pozo si no se interpusiera la higuera que impide la entrada.

Al sur de la Península

No solo existe un Hades en tierras baleáricas. Al sur de la península Ibérica, en Palos de la Frontera (Huelva), en el lugar que hoy ocupa el monasterio de la Rábida, existe otra posible entrada al Inframundo. Los viajeros de la Antigüedad se referían a este antiguo enclave tartesio como la laguna del Infierno. Así se conocía también al estuario del río Tinto, caracterizado por sus aguas rojizas.

En el promontorio sobre el que hoy se yergue el cenobio, junto a la roca que señalaba la confluencia de los ríos Tinto y Odiel se encontraba, según las fuentes clásicas, uno de los paisajes subterráneos que comunicaba con el Infierno.

Avieno, uno de los grandes viajeros de la Antigüedad, situaba en este paraje una cueva, un antro junto a una roca que señalaba el lugar donde dos ríos al desembocar formaban una laguna. Según parece, era además un lugar donde en los tiempos antiguos se llevaban a cabo sacrificios humanos.

También en El Escorial

Ponemos rumbo hacia Madrid ahora en nuestra particular ruta por las patrias bocas del Infierno. El Escorial es una tremenda obra arquitectónica que impresiona por sus dimensiones: 89 escaleras, 16 patios, 88 fuentes, 1.200 puertas, 2.675 ventanas… y alrededor de 7.000 reliquias. La morada y obra cumbre del rey Felipe II cuenta con referencias al Diablo que están muy presentes por todos los rincones.

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El monasterio de El Escorial.

La tradición local ha conservado la memoria que recuerda que, en el solar sobre el que se yergue el edificio, se encuentra una de las puertas del Infierno. Según algunas fuentes, el lugar escogido fue una decisión personal del propio monarca. La leyenda lo atribuye a la supersticiosa creencia de que al levantar un templo que emulaba al rey Salomón complacía a Dios, pues así taponaba un acceso al mundo de ultratumba.

El monasterio se asienta sobre un suelo de roca, en el que abunda el granito, un material de elevada sensibilidad radiactiva, donde también perdura otra leyenda. Aquella que dice que un perro negro, un mastín de grandes proporciones se abalanzó un día sobre la comitiva del rey cuando este iba a tomar asiento en una silla de piedra (un antiguo altar vetón conocido como la Silla de Felipe II) donde supervisaba las obras de construcción del Escorial. El can fue degollado y se le asocia como una de las representaciones que adopta el Diablo.

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