El estudio de la cultura de Tartessos sigue siendo uno de los grandes retos a los que se enfrenta la arqueología española a día de hoy. A pesar de todos los esfuerzos por tratar de comprender las características de esta enigmática cultura que se estableció en el suroeste de la península ibérica en el primer milenio antes de Cristo, es muy pco lo que seguimos sabiendo de un mundo cuya historia se sigue confundiendo con la leyenda.
Un nuevo libro, El Enigma Tartessos, proporciona otro enfoque a la historiografía existente. ¿Qué fue Tartessos? Una ciudad, un emporio comercial, un conjunto de urbes, un reino, un río, una montaña..? Con esta obra, sus dos autores tratan de ofrecer respuestas a todas estas incógnitas. Ellos son Javier Ramos, periodista y administrador de Lugares con historia, y Javier Martínez-Pinna, historiador y profesor.
Si Tartessos, además de un emporio fue una ciudad, como podemos leer en los textos antiguos, situada más allá de las Columnas de Hércules, todos los datos parecen apuntar en dirección a Huelva, en el estuario de los ríos Tinto-Odiel (los antiguos Luxia y Urium), como la candidata más idónea, no solamente por el legado arqueológico que ha proporcionado, como se percibe en la necrópolis de La Joya, y el tamaño que llegó alcanzar la ciudad en la Antigüedad, sino porque el paisaje circundante coincide notablemente con el descrito en tales textos.
El historiador Martín Almagro cita que entre las ciudades nucleares de Tartessos cabe incluir a Huelva, la antigua Onuba, cuyos límites debían coincidir con los esteros occidentales del Lacus Ligustinus por el este y con el río Guadiana como límite con el territorio de los cinetes en el Algarve y Alentejo portugués por el oeste, mientras que por el interior debía extenderse hasta la sierra de Aracena. La ciudad portuaria de Huelva ocupaba en la Antigüedad el vértice de una península abierta al estuario configurado por los ríos Tinto y Odiel antes de desembocar en el océano Atlántico.

La base documental para la localización onubense de Tartessos se reduce a la descripción de Estesícoro (Estrabón, III, 2, 11) sobre las fuentes del río Tartesos. El testimonio de Escimno (162-164) sostiene que desde Gades (Cádiz) a Tartessos había dos días de navegación. Basándose en un cálculo concreto sobre la velocidad de los barcos, que estima en unos 50 kilómetros diarios, sitúa Tartessos a unos cien kilómetros de Cádiz, lo que viene a coincidir con la localización de Huelva.
Un río inspirador
Otro de los argumentos empleados por los defensores de Tartessos en Huelva es que Escimno dice que “el río Tartesos llevaba hasta la ciudad estaño”. Pero no hay ningún río de los que son susceptibles de ser identificados con el Tartesos que arrastre entre sus aguas estaño. Sin embargo, hay uno capaz de llamar la atención del viajero curioso por la peculiar sustancia que lleva en disolución, el Tinto. Evidentemente, no es estaño lo que lleva este río, sino una disolución de sulfato férrico.
El fundamento del emplazamiento onubense de Tartessos no es literario, sino arqueológico: en primer lugar, por su proximidad a los centros productores de metales y, en segundo lugar, por el destacado centro arqueológico exhumado en la zona de los Cabezos de Huelva, que constituye uno de los mejores conjuntos tartésicos orientalizantes conocidos hasta ahora.
Huelva siempre ha sido considerada por buena parte de los investigadores como la cuna de Tartessos, gracias a descubrimientos tan notables como el depósito de armas de la ría de Huelva que, aunque fechado en el Bronce Final, se ha venido considerando como una prueba de la capacidad de los indígenas para comerciar con otras zonas no ya del Atlántico, sino incluso del Mediterráneo central.
Los fenicios buscaban metales aquí
Para Whittaker, el asentamiento del Cerro Salomón constituye la mejor prueba para la localización de Tartessos en Huelva, puesto que los fenicios procoloniales buscaban minerales. Lo cierto, es que los orígenes más remotos de Huelva se encuentran vinculados a los tartesios, indígenas del suroeste peninsular que asimilaron elementos de culturas como la fenicia y la griega, quienes fundaron la ciudad de Onuba en el siglo X a.C.
Por su parte, el profesor de Arqueología de la Universidad de Sevilla Eduardo Ferrer Alberda, asegura que de todas las atribuciones geográficas en torno a Tartessos, la que ha tenido mayor fortuna ha sido la de Huelva, “en parte por la lectura deficiente y acrítica de los textos, pero sobre todo por el contexto en el que vive la Huelva de principios del siglo XX», determinado por «las concesiones mineras de los ingleses en Riotinto y el hallazgo del depósito de la ría de Huelva», entre otras circunstancias que situaron a la ciudad como el emporio de los metales.
La comarca y entorno de Huelva se configura como un espacio independiente y de enorme significado para entender el origen y la formación de la cultura tartésica. Los descubrimientos de la zona del Seminario se suman a otros procedentes del estuario que forman los ríos Tinto y Odiel que, tras atravesar las Tierras Llanas, dibujan en la ciudad una topografía caracterizada por los pequeños cerros de donde proceden los hallazgos más significativos, pertenecientes la mayor parte de ellos a necrópolis como La Joya.

Para una buena parte de la arqueología patria, Huelva ciudad y alrededores configuran el yacimiento arqueológico español más interesante que se ha excavado en las últimas décadas. Huelva pudo ser Tartessos o una ciudad tartésica con presencia de fenicios y de griegos. El catedrático de Arqueología de la Universidad de Sevilla M. Pellicer no considera a Huelva un todo único, sino un emplazamiento bipartido; es decir, tartésico y colonial fenicio, sin establecimiento griego en los siglos VIII-VII a.C.
Según su tesis, si se admite la presencia fenicia en Huelva desde el s. VIII a.C., de unos comerciantes fenicios, “es lógico suponer que tendrían allí el emplazamiento de su hábitat y de su factoría metalúrgica». Y al estudiar los restos materiales que se han hallado, sitúa una colonia fenicia en la parte baja de la actual Huelva, en las calles Puerto, La Piterilla, Botica, Méndez Núñez, Quintero Báez, La Fuente, Isaac Peral, Palos o Tres de Agosto.
Mientras, los núcleos indígenas situarían sus hábitats en la parte alta de la ciudad, en los cabezos de San Pedro y de La Esperanza, y quizá, también otros. En concreto, en un solar entre la calle Méndez Núñez y la plaza de las Monjas de la capital onubense se han documentado los restos fenicios más antiguos de la Península Ibérica. La excavación alcanzó niveles de la primera mitad del siglo VII a.C., o quizá de fines del VIII a.C. Los miles de fragmentos cerámicos recuperados se distribuían prácticamente a la par entre fenicios y autóctonos.
Otros trabajos arqueológicos realizados en la calle del Puerto, 8-10, permitieron el hallazgo de un asentamiento fenicio, fechado entre los siglos VIII y VI a.C. Después de los fenicios, el lugar fue ocupado por un asentamiento ibero perteneciente al influjo tartésico.