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Autor de más de 30 libros, periodista y conferenciante habitual de temas históricos y culturales, el escritor Jesús Ávila Granados nos invita de nuevo en Lugares con historia a descubrir el pasado menos favorecedor de una compilación de sitios y estancias que han marcado del desarrollo de la comarca turolense del Matarraña. Un lugar especialmente terrible para los presos a partir del siglo XVI en España. Ávila, quien ya nos deleitó con su viaje al Maestrazgo, es autor de obras como La mitología catara, La Mitología TemplariaLas cárceles del Matarraña (Teruel) 1 o Enclaves mágicos de España, así como de novelas como La sombra del cardenal.Las cárceles del Matarraña (Teruel) 2
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En estas tierras se levantaron auténticos monumentos al terror. Eran lugares sombríos, húmedos, aislados, marcados por el dolor y el terror, en los que se cumplía condena eterna. Pero además allí ocurrían extraños sucesos relacionados con la brujería, así como fenómenos meteorológicos increíbles e incluso visiones de objetos en los cielos.

Un total de 11 cárceles, con sus correspondientes mazmorras, forman parte de una singular ruta que lleva al viajero a descubrir las estancias más terroríficas de nuestro pasado. Se encuentran en la comarca turolense del Matarraña, y constituyen toda una lección, escrita en la piedra, con sangre, de los horrores de unas épocas que nunca deberían repetirse.

Eran las mazmorras del Antiguo Régimen, donde los poderes civiles y eclesiásticos no tuvieron compasión para los innumerables desdichados que allí pusieron punto final a sus vidas.

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El interior de una de las muchas mazmorras que poblaron la comarca del Matarraña.

El Matarraña, al nordeste de la provincia de Teruel, con un total de 18 municipios y habitada por 9.000 personas, es una de las comarcas más desconocidas de la geografía española. Tierra de ancestrales tradiciones, de cultos paganos, altares pre y protohistóricos, órdenes militares y juderías, sus pueblos, gracias a una deficiente red de comunicaciones ha logrado conservar su entramado urbanístico medieval: calles porticadas, puertas fortificadas, hospitales de peregrinaje, recintos amurallados y castillos e iglesias llenas de símbolos.

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Pero es en las entrañas de sus Ayuntamientos donde se encuentran las estancias del interés del viajero: las tenebrosas cárceles que, durante los siglos XVI, XVII y XVIII fueron testigos de una lista interminable de padecimientos de personas anónimas en penosas e interminables sesiones de tortura.

A mediados del siglo XVI, tras el debilitamiento de las órdenes militares, los Ayuntamientos ampliaron su influencia sobre los territorios de su municipalidad. A consecuencia de ello se alzaron poderosos edificios, las Casas Consistoriales, para concentrar tal poder. Y la comarca del Matarraña no fue una excepción.

En esas poderosas y herméticas construcciones, no faltaban la lonja, para el mercado, salones de reuniones para los concejos, todo el aparato burocrático, archivos y… la cárcel. Los pueblos del Matarraña, al hallarse algo apartados de los grandes centros de decisión (Zaragoza, Barcelona, Valencia), tuvieron que proveerse de estancias en donde asegurar el total aislamiento de los reos.

Muchos de estos desdichados fueron víctimas de la sinrazón de la Inquisición, al ser calificados de herejes (judíos o moriscos) Aquí, en estas aisladas tierras, el Santo Oficio encontró el caldo de cultivo para apresar, sin límites, a un colectivo importante de seres que vivían en armonía.

La villa de Mazaleón ofrece un conjunto compacto de castillo-iglesia (siglos XIV y XV), cuyo conjunto urbano también pregona su pasado bajomedieval en forma de calles y plazas porticadas y arcos ojivales. En los sótanos del Ayuntamiento (siglo XVI) se halla la cárcel con sus correspondientes mazmorras.

En la cámara inferior, tenebrosa, húmeda y oscura, se conserva intacto el cepo original, en donde se inmovilizaban por los tobillos a los presos, así como los grilletes, grillos y cadenas que les maniataban.

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Ayuntamiento de Calaceite (Teruel), que poseía una cárcel en su interior.

En la cercana villa de Calaceite, su cárcel restaurada para su visita es una sala hermética, sin luz, cubierta también en piedra con bóveda de arco apuntado. En el exterior, bajo los soportales de la plaza, el viajero verá un pilar con un rebaje en la piedra, bajo una argolla de hierro oxidada; es porque allí se maniataban a los presos, tras sufrir largas sesiones de latigazos para el escarnio público.

En La Fresneda, ya en el centro geográfico de la comarca, se disponía de varias cárceles: desde la más “cómoda”, destinada a los miembros eclesiásticos, provista de letrina y hueco por donde se pasaba el agua, la comida y luz natural. La cárcel civil estaba anexa al edificio del Ayuntamiento, en la primera estancia tenía su vivienda el carcelero, y, al igual que en Mazaleón, sus mazmorras se disponen de varios niveles, a más profundidad más terrorífica.

Pero el viajero no se puede ir de La Fresneda sin haber subido a la colina superior, donde se alza la ermita de Santa Bárbara, frente al castillo de los calatravos. En su terraza meridional se ha podido identificar un antiguo centro de adoración a las divinidades, en donde, además, las culturas protohistóricas observaban y seguían los ciclos astrales.

En Ráfales, al sur de La Portellada, su conjunto medieval se ha conservado intacto. En la iglesia parroquial, dedicada a la Asunción, el siniestro rostro del Baphomet templario se recrea en un canecillo del exterior del ábside. La cárcel de Ráfales es una de las más siniestras del Matarraña.

En Monroyo tuvo mucho poder la Inquisición; su entrada se hace a través del portal de Santo Domingo. El edificio consistorial, de finales del siglo XVI, se encuentra en el corazón del casco antiguo; la cárcel, en su planta inferior dispone de varias mazmorras interiores.

En el exterior, junto al pórtico superior de la iglesia parroquial, el viajero verá un crucero de piedra, con una carabela en el medio; según la tradición, los caminantes que llegaban al pueblo debían rezar ante él por el alma de los presos que fallecían en la cárcel.

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Aspecto lóbrego que muestra una de las cárceles del Matarraña.

Pero es en la cercana villa de Peñarroya de Tastavins donde se encuentra, quizás, la cárcel más terrorífica. El pueblo se alza arriba; en sus casas medievales y modernas vemos claras influencias de los pueblos de Cantabria, con balcones de madera cerrados y fachadas segmentadas de tablones con cal en medio. La lonja, convertida luego en lavadero público, se conserva bajo arcadas ojivales.

Y el Ayuntamiento, un edificio de piedra que impone por su hermetismo, aloja en sus entrañas la cárcel. Todavía se puede sentir el crujir de las bisagras y apenas se atisba la luz exterior a través de una minúscula ventana. La humedad alcanza casi el 100% y se escuchan los ecos de los gritos de dolor de los condenados.

En Fuentespalda, la siguiente población, ya en dirección a Valderrobres, la cárcel se encuentra en el torreón fuerte del siglo XIV, en cuyas mazmorras interiores se conservan las cadenas o grilletes que maniataban a los presos. Se trata de una construcción con apenas espacios de luz, en donde se hacinaban los condenados, tras sufrir en la plaza pública toda clase de vejaciones a la vista del pueblo.

Valderrobres, sobre el curso medio del Matarraña, es la villa por excelencia y capital de la comarca. El casco antiguo se alza sobre la orilla derecha del río, al que se accede por un airoso puente medieval y una puerta con torre almenada.

Arriba, en la zona más alta de la villa antigua, un castillo del siglo XIV. Por una escalera volada se accede al patio interior, en cuya pared norte se abre una lóbrega estancia, en bóveda apuntada, destinada a prisión eclesiástica.

En Cretas, ya en el extremo nordeste del Matarraña, se conserva la única picota de la comarca, una robusta columna, de 1584, que domina la plaza mayor. Según la tradición, de sus argollas superiores, hoy desaparecidas, se colgaban las cabezas de los reos ajusticiados que habían cometido delitos.

Se conserva el edificio del antiguo hospital de San Roque, donde se curaban los peregrinos enfermos de peste que, en su viaje a Compostela, por aquí transitaban. Y en la calle de la Orden de Calatrava se halla una casa blasonada, que muestra una curiosa escultura en su fachada, alusiva a Napoleón, para que los soldados franceses, en la Guerra de la Independencia, respetasen el edificio y a sus moradores.

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Dónde dormir: Hotel del Sitjar; Plaza España, 15; 44610 Calaceite (Teruel); teléfono: 978851114; info@hoteldelsitjar.com.

Dónde comer: Restaurante Matarraña; Plaza Nueva, 5; 44596 La Fresneda (Teruel); teléfono:
978854503.


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