Nos desplazamos a la provincia de Córdoba. A la localidad de Torrecampo. En este municipio se estudió a conciencia el sorprendente hallazgo que tuvo lugar en 1976, cuando un grupo de mineros horadaron en Riotinto (Huelva) de manera accidental la cubierta de una cueva sellada, extrayendo con su pala huesos humanos, cerámicas y los restos de una necrópolis oculta por el paso del tiempo, junto a un yacimiento de origen tartésico, el Cerro de Salomón.
Su nombre, muy evocador: el Llano de los Tesoros. No podían pensar ni siquiera que se iba a tratar de uno de los descubrimientos arqueológicos más inquietantes de la historia de nuestro país. Un hallazgo que suscita muchos enigmas. Todo un desafío a la ciencia.
El hallazgo desconcertó de manera tremenda a sus descubridores y a la comunidad arqueológica desde sus orígenes. ¿Por qué motivo? Junto a las tumbas, se encontraron bustos de gran antigüedad labrados concienzudamente. Pero su estilo parecía no corresponderse con ninguna cultura conocida.
Los rostros representados en dichas esculturas, fieles y muy realistas, parecían una muestra de los diferentes pueblos que habitaban la Tierra por aquel entonces. Por un lado, surgían caras con barba osiriaca, como la que lucían los faraones egipcios. Otras presentaban rasgos caucásicos, ibéricos, semíticos y otras rasgos africanos y negroides.
Convivencia de especies en el pasado
¿El hallazgo podría poner de manifiesto que todas estas especies pudieron convivir en el mismo tiempo? ¿Acaso hubo contactos entre amerindios y europeos siglos o milenios antes del descubrimiento de América? Que sea el lector quien extraiga sus propias conclusiones.

Pero lo más perturbador no acababa ahí. Entre los setenta bustos recuperados de las más de doscientas esculturas encontradas, había algunos que mostraban semblantes de homínidos y hombres con rasgos australopitecus extinguidos hace milenios. Y otras aún más extrañas, de rostro triangular, boca menuda y ojos oblicuos. ¿Ante qué nos encontrábamos realmente?
Para algunos expertos consultados, estos rostros parecen responder a poblaciones de neandertales que sobrevivieron en la zona occidental de Andalucía. Otras teorías más atrevidas, pero con escaso sustrato científico, afirman que estas esculturas de homínidos podían proceder de la Atlántida o, lo más sorprendente, que tuvieran vínculos con razas extraterrestres.
Hace más de 11.000 años
Desconocemos si están vinculadas o no a este mito de la antigüedad, pero lo que sí sabemos es su datación. El conjunto escultórico de Torrecampo ha sido analizado por los departamentos de Mineralogía y Petrología de dos Universidades, la de Granada y Córdoba.
Su informe fue taxativo: “La roca de la que están labradas procede de las antiguas canteras del Mioceno Superior de Niebla (Huelva) y su cortificación exterior está compuesta por óxidos y sulfatos de las aguas residuales del área minera, así como de una gama de elementos químicos de los criaderos minerales tales como hierro, cobre, plomo, cobalto y otros que se asocian a ellos como el litio, vanadio, bario, lentano (da autenticidad a la escultura) y zirconio, procedentes, tal vez, de la actividad humana, tanto minera como metalúrgica. Humanos, homínidos y humanoides en una necrópolis de hace más de 11.000 años”.
Realismo perturbador
Del realismo de las esculturas se deduce que los artistas que las realizaron tuvieron ante ellos posando a los modelos originales de dichas figuras, o bien unas referencias muy precisas sobre todos los detalles de la anatomía de nuestros supuestos antecesores. ¿Estos homo sapiens ya dominaban una técnica tan perfecta? ¿Por qué quisieron ser inmortalizados? ¿Pretendieron transmitirnos algún mensaje por medio de esta representación poblacional?
Según el historiador y arqueólogo Rafael Gómez Muñoz, el hecho de que este grupo de esculturas “apareciese en una explotación minera de oro, cobre y plata, conocida desde los primeros tiempos de la antigüedad, y que se hayan encontrado huesos humanos me hace suponer que los personajes representados debieron estar relacionados con el entorno minero y me lleva a preguntarme si los homínidos sirvieron como mano de obra, dada su inferioridad intelectual. Pero de ser así, me cuestiono el motivo por el que fueron enterrados junto a los señores e inmortalizados del mismo modo, ya que los restos fueron extraídos del mismo yacimiento”.
El antropólogo Jorge Díaz añade más interrogantes al enigma: «Nos encontramos ante las innegables primeras representaciones escultóricas de una especie intermedia entre el mono y el hombre moderno; es decir, ante individuos con caracteres simiescos que sin lugar a duda son del tipo hominoideo paleoantropo».
¿Origen tartésico?
Las esculturas debieron estar sustentadas sobre una base cuadrada y apoyadas contra una pared o columna, tal y como parece indicar la parte posterior de los bustos, que se presenta bastante lisa. Junto a ellas se encontraron también representaciones de leones y linces. Las cabezas presentan una pátina compuesta de sulfatos y complejos minerales procedentes de las aguas residuales de la actividad minera, dato que confirma que su procedencia fue el área de Riotinto.

De ahí que otras teorías apunten a su relación con la antigua civilización de Tartessos que se estableció en el suroeste peninsular. Pero si el origen de las figuras se remonta a hace 11.000 años, lo que debemos pensar es que la cultura tartésica es mucho más antigua de lo que hasta ahora creíamos. Los dogmas establecidos se hacen añicos con estas hipótesis, ya que se nos plantean interesantes y sugestivos enigmas sobre la humanidad que ocupó el extremo suroccidental del continente europeo, atraída, sin duda alguna, por su riqueza minera de la que hacían gala.
El trabajo y empeño del arqueólogo e ingeniero de minas Esteban Martínez Triguero permitió salvaguardar esta colección de esculturas que desafían a la oficialidad establecida. Quizá por ello, su rastro se pierda en el museo que alberga las piezas, que permanece cerrado al público desde la muerte de su benefactor, en septiembre de 2003. El Museo Prasa es de tipo privado y se ubica en la antigua Posada del Moro de Torrecampo, en la comarca de los Pedroches (Córdoba)
Esta apasionante historia del hallazgo de las esculturas y su posible significado los recojo en mi libro Lugares mágicos de España: Los mayores enigmas de la arqueología peninsular. Un viaje al pasado por 18 hitos de nuestra geografía que todavía encierran misterios sin resolver (Editorial Guante Blanco)