Muy cerca del Mar Muerto se alza desafiante una diminuta montaña coronada por una meseta de algo más de nueve hectáreas. Desafiante porque desde su cima se enfrentó a todo un imperio. Fueron pocos, no más de mil, contando hombres, mujeres y niños, frente al poder de Roma.
Ocurrió en el año 73 de nuestra era. La suerte estaba echada dede el comienzo de la batalla; se sabía de antemano quienes iban a resultar vencedores y vencidos. Ya todo Israel había caído en apenas tres años. No quedaba lugar para la esperanza en Masada. Algo similar a lo que ocurrió antes en Numancia.
La historia de Masada hay que remontarla hace 6.000 años, momento en que diminutos grupos de pastores seminómadas se afincaron en lagunas de las cuevas que hay en sus acantilados, aunque toma relevancia en la historia en el año 40 antes de Cristo, cuando Herodes el Grande mandó construir en su cima una fortificación donde poder resguardarse de los ataques enemigos. Masada está en pleno desierto de Judea, donde apenas hay agua.

Los acantilados que la rodean la convierten en casi inexpugnable, pues van desde los 400 metros hasta los 100 de pared de roca. El esfuerzo de construir la fortaleza y la gente implicada en el mismo tuvo que ser colosal.
En la explanada superior se pueden encontrar palacios, murallas, aljibes, edificios para los soldados, almacenes, campos de cultivo y todo lo necesario para que en su interior se resguardara Herodes junto con su corte durante mucho tiempo.
El mayor milagro de este lugar es la astucia que mostraron sus constructores para solucionar el problema del agua. Cerca de la montaña hay dos wadis, dos cauces secos del río donde se erigieron dos presas con sus correspondientes acueductos para poder llevar agua hasta la cima.
En el desierto de Judea llueve muy poco, pero cuando lo hace suele hacerlo algunas veces de manera torrencial, así que era necesario aprovechar ese elemento. Para guardar agua de los wadis y de la lluvia se construyeron 12 cisternas enormes excavadas en la roca con una apertura mínima de evaporación. Masada era una fortaleza donde se podía vivir un largo tiempo sin necesidad de bajar de su cima para nada.
Herodes el Grande la construyó pensando que en ella se podía refugiar de los levantamientos de su pueblo y de los previsibles ataques de Roma, pues en aquella época Marco Antonio, seducido por Cleopatra, tenía un ansia de guerra sin fin, aunque al final jamás se utilizó para eso.
Pasaron los años, la provincia de Judea se anexionó a Roma y fueron sus soldados los que se asentaron en el lugar pero sin darle mayor importancia. Así transcurrió la historia de la fortaleza hasta el año 66 de nuestra era, momento en el que comenzó la revuelta de la población judía contra sus opresores.

Justo en ese instante un grupo de zelotes, una secta judía que había participado en el alzamiento, tomó Masada. Los zelotes seguían a rajatabla la Ley Mosaica, enfrentándose a Roma, pues no podían concebir que su país estuviera gobernado por extranjeros. Su abrazo armado eran los sicarios.
Tras la caída de Jerusalén en el año 70, el líder de los zelotes, Eleazar Ben Yair, se fue junto con sus hombres a refugiarse a Masada. Pero hasta la fortaleza no solo llegaron soldados, también mujeres y niños y, muy posiblemente, otros judíos que que huían de la presión romana.
Los invasores conocían bien la fortaleza y mandaron para su asedio al general Lucio Flavio Silva, que llevó tras de sí a una legión, cuatro cohortes y dos alas de caballería. Alrededor de 10.000 soldados más otros cuantos miles de esclavos judíos que les harían labores de intendencia.
Así, pasaron los meses, los años, pero Masada no caía, se resistía al yugo romano con la consecuente desesperación de una tropa que tenía que vivir en medio de un erial sin obtener resultado alguno.
Entonces Lucio Flavio Silva ideó un plan para el asalto definitivo en la primavera del año 73. Reunió a miles de esclavos judíos que iban a trabajar en una de las mayores trampas que jamás había construido el hombre.
Con una base de 196 metros por 100 de altura, sus restos siguen todavía allí poniendo de relieve la tremenda obra de ingeniería que se debió realizar removiendo miles de toneladas de tierra y piedras. Cuando la rampa estuvo casi terminada los romanos comenzaron a subir por ella sus máquinas de guerra: catapultas que lanzarían vasijas con brea incendiada y piedras que iban impactando dentro de la zona fortificada.

Así hasta que pudieron subir por ella una torre de asalto de 30 metros de altura forrada con hierro y provista de un ariete para abrir un hueco en la defensas. A mediados de abril se produjo el asalto definitivo. Tras romper la primera muralla, los romanos observaron cómo los zelotes habían construido una segunda pared con tierra y madera. Así que decidieron incendiarla y esperar a la mañana siguiente para dar el golpe definitivo.
Pero sucedió algo inesperado. Cesado el ataque, Eleazar Ben Yair reunió a todos los que seguían con vida y les propuso morir antes que vivir de rodillas.
Si los romanos entraban los hombres serían crucificados, sus mujeres violadas y sus hijos vendidos como esclavos. Tomada la decisión, cada hombre mató a su mujer e hijos.
Dicen las crónicas que cuando los romanos entraron en Masada el silencio les sobrecogió. Los cuerpos sin vida de cientos e hombres, mujeres y niños se apilaban por todos los rincones. Los conquistadores jamás comprendieron aquel gesto. Les pareció una locura a la vez que les horrorizó.
De la matanza solo se salvaron dos mujeres y cinco niños que se escondieron en una de las cisternas. Estos fueron los encargados de contar al historiador Flavio Josefo lo ocurrido. Ese día comenzó la diáspora judía que ha durado casi 2.000 años. Los trabajos de excavación de Masada comenzaron en 1963 y se convirtieron en una cuestión de estado. Hoy en día Masada es un reclamo turístico.

Dónde dormir: The Masada Hostel; Masada, D.N. Yam Hamelah (Israel); teléfono: 02-5945623; Massada@iyha.org.il.
Dónde comer: Masada National Park; Masada, Ein Gedi (Israel); teléfono: 08-6584207.
Una muestra más del fanatismo nacionalista de Israel frente a la grandeza cultural de Roma.
Jesús entró en jerusalén año 30, y los judíos le crucificaron año 33. Dios concede 40 años para que se arrepientan. No se arrepienten. Año 70 destrucción del templo, año 73 destrucción total de Israel y diáspora.
Los judíos no aprovecharon los 40 años de gracia que les concedió Dios.