Santo Domingo de Silos es uno de los nombres míticos del arte y la cultura medievales, y su claustro uno de los puntales de todo el arte románico, solo equiparable en fama, dentro del territorio español, con la catedral de Santiago. Los relieves de los capiteles silenses son una de las obras más sobresalientes de la escultura románica hispana.
El monasterio de Silos era una antigua fundación del monacato hispano que se incorporó al románico al amparo del olor de santidad de su abad Domingo y de la veneración de sus reliquias, por los cada vez más numerosos peregrinos que acudían hasta la localidad burgalesa.
La nueva iglesia, de tres naves, dos tramos y tres ábsides en la cabecera, se consagró en el año 1088 en presencia del arzobispo de Toledo y del cardenal Ricardo, legado pontificio; todavía sería ampliada a comienzos del siglo XII y modificada de manera sustancial en el siglo XVIII.
Pero la gran aportación de Silos a la historia del románico hispano es su claustro. Su importancia alcanza tanto a su organización, como en el arte de los diversos talleres de escultores que lo decoraron a lo largo de los siglos XII y XIII, dejándonos una bella muestra de las diferentes tendencias estilísticas de la época. Es algo único del románico europeo por su meditada forma y escaso relieve, el sentido caligráfico, la extrañeza de su bestiario y el gusto por los esquemas geométricos.
La obra debió comenzarse en una fecha indeterminada de los últimos años del siglo XI, quizá también no pasado mucho tiempo después de fallecer Santo Domingo, pues consta que su cuerpo fue enterrado en el claustro, junto a una de las puertas de la iglesia.

Para que la casa silense continuara en la buena racha iniciada por su abad más famoso, hubo la suerte de que a Domingo le sucediera Fortunio, otro buen gobernante y gestor de su casa benedictina. Luego vino el patrocinio nobiliario del monasterio, cuya prueba más evidente, hoy desaparecida, fue el panteón familiar de los Finojosa, quienes pagaron a los monjes a cambio de disponer sus sepulturas en un lugar tan señalado e inhabitual como el centro del claustro.
Desde sus orígenes, está claramente documentada la relación de Silos con los reyes, que favorecían al monasterio y al burgo que existe junto a sus muros con privilegios y concesiones forales. Hasta el reinado de Alfonso X se mantuvo esta relación.
Durante el siglo XII dio tiempo a terminar el claustro, con tanta rapidez que el románico aún estaba vivo cuando se levantó, ya a comienzos del siglo XIII, el claustro alto. La abadía se convirtió durante el siglo XII, y hasta finales de la centuria siguiente, en un centro artístico y cultural de primer orden. Fue célebre su escuela monástica: en su scriptorium trabajaron los mejores citas e iluminadores.
Silos es célebre también por su taller de esmaltes que pudo desarrollarse gracias a la protección del rey castellano Alfonso VIII y su mujer, Leonor de Aquitania. Las cabezas de las figuras se cincelan con exquisito cuidado en altorrelieve y los fondos no esmaltados se cubren con una decoración vegetal que sigue esquemas circulares.

Silos fue uno de los escenarios alquímicos por excelencia de nuestra geografía. En 1705 se construyó en su monasterio una botica con el objeto de asistir a los enfermos, fueran o no monjes. Además, se creó un jardín botánico de plantas medicinales y se adquirieron libros de referencia. La biblioteca de la botica dispone de 1.024 volúmenes antiguos, algunos del siglo XVI, cuya joya es un Dioscórides editado en 1525.
La atención a los peregrinos en Silos se extendía hasta acoger también a menesterosos y enfermos, para quienes se construyeron, fuera del recinto monástico y aun del núcleo urbano que creció junto a él, un hospital y una leprosería.

Dónde dormir: Hostal Santo Domingo de Silos; C/ Santo Domingo, 8-22; 09610 Santo Domingo de Silos (Burgos); teléfono: 947390053.
Dónde comer: Casa de Guzmán; Plaza Mayor, 9; 09610 Santo Domingo de Silos (Burgos); teléfono: 947390125.