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Más de medio centenar de instrumentos de tortura y pena capital originales de la Europa de los siglos XV hasta el XIX adornan las estancias de un particular edificio: el del Museo de la Tortura ubicado en Santillana del Mar. Los objetos, que son originales y pertenecen a una colección privada, están clasificados en función del uso que le dio la Inquisición medieval, que en España resultó ser una institución fundada en 1478 por los Reyes Católicos con el fin de mantener la ortodoxia católica en sus reinos.

En este escabroso museo plagado de historia el viajero podrá encontrar una exposición permanente repleta de aparatos de tortura, humillación y dolor como la guillotina, la doncella de hierro, potros, garrotes o cinturones de castidad, que están divididos en secciones como ‘Para el castigo ejemplarizante y la humillación pública’, ‘Para proporcionar castigo físico y la tortura de los reos’, ‘Instrumentos cuyo fin era la ejecución’ y ‘Aparatos creados para torturar específicamente a las mujeres’.

La sala principal se localiza en el primer piso, donde cada pieza va acompañada de un pequeño cartel que resume cómo se usaba en aquellos tiempos, a qué tipo de delitos era aplicado ese castigo y en qué época y lugar se empleaba. En total el museo reúne más de 70 instrumentos de tortura.

El Tribunal del Santo Oficio español tenía la potestad monárquica de castigar a la población que atentara contra la pureza del catolicismo. No fue tan cruel como la pintan algunos historiadores, sobre todo extranjeros, pero sí purgó la Península Ibérica de lo que consideraba herejes al dogma que imperaba en sus reinos: castigó con alevosía a moriscos, judíos, brujas o hechiceros. También persiguió delitos menores como la blasfemia, la bigamia y algunas pintorescas prácticas supersticiosas.

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Entrada al Museo de la Tortura de Santillana del Mar.

La mayor parte de las causas perseguidas se relacionaban con opiniones que se desviaban de la ortodoxia de la Iglesia, consideradas heréticas. Otras causas eran difícilmente clasificables, como comer carne en vigila, presentar denuncias falsas, ofrecer misa sin ser sacerdote, tener libros prohibidos, prestar falso juramento, romper una imagen, guardarse la hostia después de comulgar,… Algunos de los castigos consistían en azotes, condena a galeras o cadena perpetua.

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No obstante, la pena máxima era la ejecución del reo en la hoguera. Para lograr confesión la Inquisición no mostró remilgos a la emplear diversos métodos de tortura que excedían en crueldad; como por ejemplo la rueda, un suplicio que consistía en atar al reo en una cruz de San Andrés, de modo que sus brazos y piernas formaran una X. De esta guisa el verdugo con la ayuda de una barra de hierro le iba dando un número nunca superior a 11 golpes, reservándose los últimos para quebrantar las costillas al reo.

Con la cuna de Judas, la víctima era izada verticalmente y descendida sobre la punta de una pirámide de tal manera que su peso reposaba sobre el punto situado en su ano, vagina o bajo el escroto. La presión de la víctima sobre el artefacto era variable, se le podía sacudir o hacerla caer repetidas veces sobre la punta. Mientras, la Garrucha o péndulo ataba las manos del reo a la espalda y se le elevaba hasta causarle la dislocación del húmero. También existían más castigos curiosos, como el aplastapulgares, el violón o la doncella de hierro, que consistía en un sarcófago lleno de clavos en su interior estratégicamente situados para no causar la muerte inmediata, sino heridas mortales de necesidad que prologarían la agonía del condenado.

Crueles además eran el potro, las sillas de interrogatorios con clavos y pinchos, los desgarradores de senos, la pera oral que se utilizaba en el ano y/o vagina del condenado/a, o la toca. que se basaba en la introducción de un paño en la boca hasta la garganta; se le echaba agua con una o varias jarras que iban dilatando el estómago.

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Instrumentos de burla, escarnio y mofa que utilizaba la Inquisición.

El Museo de la Tortura se encuentra a pocos metros de una de las joyas de la localidad cántabra, la Colegiata de Santa Juliana. Se trata de uno de los templos románicos más representativos de la región. Está declarada Monumento Nacional. No es la única joya arquitectónica o monumental que puede descubrir el viajero a su llegada a Santillana del Mar. El Palacio de las Arenas, el Palacio de Viveda, la Casa Consistorial o la Torre del Merino son otros atractivos para ver solo o acompañado.

Obligatoria asimismo es la visita a la cercana Neocueva de Altamira, una fiel reproducción de las pinturas rupestres originales, que muestran la vida prehistórica en el lugar tal y como era entre hace 35.000 y 13.000 años. Y aprovechando el desplazamiento, el viajero tiene la oportunidad de conocer las poblaciones de Comillas (donde poder disfrutar de El Capricho de Gaudí), Potes o Liébana y su monasterio para ver un fragmento del Lignum Crucis. Están a poca distancia de Santillana.

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Cómo llegar: Para llegar a Santillana del Mar, cxx. Una vez en el pueblo, dirigirse a la calle Escultor Jesús Otero, s/n; Teléfono: 942840273. Precio de la entrada: 3,60 euros. Horario: de 10 a 20.30 horas y los fines de semana de 10 a 21 horas.

Dónde dormir: Hotel Los Hidalgos; Parque de Revolgo s/n; 39330 Santillana del Mar (Cantabria); teléfono: 942818101.

Dónde comer: Los Blasones; Calle de la Gandara; 39330 Santillana del Mar (Cantabria); teléfono: 942818070.


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