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Vasco de Gama situó a Portugal como un país pionero en la historia del mundo en lo que se refiere a descubrimientos marítimos. A finales del siglo XV comandó los primeros viajes en barco de Europa hasta la India para abrir nuevas rutas comerciales.

Como patria de buena parte de los descubridores, el país luso no podía faltar a la excelencia del transporte, ya en términos actuales. Y en concreto del ferrocarril. Portugal presume de un extenso sistema de líneas de tren que conectan el país de norte a sur.

Por ejemplo en la conexión de trenes de Oporto a Lisboa, la capital, el trayecto apenas dura dos horas y media (la distancia real entre ambas ciudades es de 313 kilómetros). En general, los trenes portugueses son regulares y de alta velocidad con una velocidad máxima de 220 km/h.

Salida de Oporto

Algunos consideran esta ciudad a orillas del Duero la eterna segundona detrás de Lisboa; otros la ven como la auténtica capital de Portugal por su poder económico.

La antigua y pequeña aldea celta que fue Oporto antaño resultó ocupada por los romanos, que convirtieron a Portus Cale en parada obligada en la ruta entre Braga y Lisboa.

Oporto es una ciudad recoleta, encantadora, que invita al paseo por su centro histórico que está declarado Patrimonio de la Humanidad.

Qué ver en Oporto

Las torres del Ayuntamiento y la Torre dos Clérigos (76 metros de altura), casi idénticas, sobresalen con fuerza en este paseo. Si el viajero quiere bullicio, puede ir a la Praça da Liberdade y a la orilla del río Duero, donde se concentra la vida en la ciudad.

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El tranvía 28 a su paso por la Seu de Lisboa.

El oro líquido de la ciudad es el vino de oporto. Las grandes bodegas se concentran en la vecina Vila Nova de Gaia, a la que se accede por el puente Dom Luis construido a finales del siglo XIX.

Lisboa, la ciudad decadente

El traqueteo de los tranvías, amplias plazas, antiguas cafeterías… un aire decadente, pero que fascina a quien la visita. Esto y mucho más forma parte de Lisboa, la capital de Portugal.

Con el espejo del río Tajo a nuestros pies, empezamos a adentrarnos en la ciudad portuguesa desde la Praça do Comércio.

Amplia, señorial, la plaza es la puerta de entrada a la Baixa, un barrio de formas rectilíneas surcada de tranvías y trufadas de comercios.

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Un paseo por Lisboa

Las zonas de la orilla del río incluyen el recinto de la Expo del Parque de Naçôes (un legado de la Exposición Universal de 1998), la terminal de contenedores y zonas de ocio nocturno, así como tranquilos paseos para caminar y hacer running.

El Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belém, ambos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, atraen al viajero hasta el barrio periférico de Belém, donde también está el Monumento a los Descubridores.

En Lisboa es casi imposible cumplir todos los objetivos a pie. Lo mejor es hacer uso de los autobuses y el metro; en definitiva, del transporte público.

La utilidad y la nostalgia se aúnan en la línea 28 del tranvía y otros antiguos vehículos, como el ascensor de Santa Justa y los funiculares.


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