Un recorrido por sus rincones nos acerca a su inmensidad, patente desde los primeros peldaños de la escalera del Palacio Real, que fue concebida como un tránsito entre dos mundos: el de los españoles de a pie y el de los reyes.
Hasta Napoleón Bonaparte, que tuvo el mundo en sus manos, dijo a su hermano José cuando lo dejó reinando en España: «Al final vas a tener una casa mejor que la mía». El Palacio Real, Palacio de Oriente o Palacio Nacional (durante la República) es el mayor palacio de Europa occidental (135.000 metros cuadrados y más de 3.000 habitaciones)
Hoy día cruzan esa misma frontera entre lo terrenal y lo ‘real’ miles de personas siguiendo a guías turísticos. Cada vez son más. En 2014, casi tres millones de personas subieron por esa escalera y vieron la boca feroz a los leones de los descansillos.
La historia del Palacio Real se remonta al primitivo Alcázar de los Austrias, que era un edificio enorme y destartalado resultado de las decisivas ampliaciones y reformas introducidas por Pedro I el Cruel, Carlos I y Felipe II en el antiguo castillo árabe de la villa.
Felipe IV procuró embellecerlo con frescos y pinturas sin que ello menoscabara su incomodidad. Así vivieron los reyes de España, Austrias y Borbones, hasta la llegada de Carlos III. Con este monarca, la sobriedad militar alemana del antiguo Alcázar de los Habsburgo no iba con él, así que el incendio de Nochebuena de 1734 que destruyó gran parte del mismo (una antigua fortaleza medieval reconvertida en residencia) fue la excusa perfecta para levantar un nuevo palacio.
Tenía que ocupar exactamente los límites del anterior, al oeste de Madrid y junto al Campo del Moro, que toma el nombre del caudillo musulmán Alí Ben Yusuf y que es hoy un espléndido jardín, de los más visitados.

La sala estrella es la que guarda la corona y el cetro real. En esas misma habitación se puede observar el trono de Carlos III con su perfil tallado en el respaldo, Ahora se puede visitar junto al acta arrugada de abdicación de Juan Carlos I, el de proclamación de Felipe VI y la simbólica Mesa de las Esfinges, que sirvió para la firma en la que el Rey padre pasó el testigo a su hijo y en la que se rubricó el tratado de adhesión de España a la Unión Europea en 1985.
En las habitaciones en las que antes rugía una corte de 6.000 voces entre nobles, artesanos, políticos, artistas y una gran cantidad de personal de servicio, en esa ciudad de un solo edificio ya solo duermen los de seguridad. El último rey que lo hizo fue Alfonso XIII (y Azaña, el último jefe de Estado) Según Juan Carlos I, que vivió allí con su abuelo, en el Palacio Real las distancias son tantas que la comida siempre llegaba fría.
Solo en el Palacio real trabajan hoy 700 hombres y mujeres para hacer visitable el recinto y sus 3.418 habitaciones, más que el Palacio de Versalles y el doble que el de Buckingham. Ese personal también se ocupa de que todo luzca en los actos oficiales de la Corona y de cuidar las 60.000 piezas de arte que alberga.
Entre las riquezas artísticas que atesora cabe destacar las pinturas (Velázquez, el Greco, Rubens, Goya…) Hay un hombre que circula por los pasillos poniendo en hora cada uno de los relojes expuestos. Carlos IV, que gustaba del arte de las manecillas, se hizo con 600, algunos de ellos con extrañísimos mecanismos como el reloj del pastor, que es una pieza única en el mundo y que el monarca se trajo de París. Cuando marca la hora un pastor con dos perrillos toca la flauta y dos autómatas bailan en el salón de Gasparini.
No se queda a la zaga la colección de tapices, una de las mejores del mundo. 3.164 piezas que puestas una detrás de otra llegarían desde el Palacio Real al Monasterio del Escorial, a 57 kilómetros. La armería es otra de las hoyas de la corona, con dos plantas enteras de armaduras, entre ellas las que lució Carlos V en la batalla de Mülhberg y que sirvió para el retrato de Tiziano. Como todas las buenas colecciones solo se ve la punta del iceberg.

El Palacio Real conserva también 1.510 abanicos y 379 instrumentos musicales, entre ellos el mejor conjunto del mundo de Stradivarius decorados, el Cuarteto Palatino, compuesto por dos violines, una viola y un violonchelo. Las piezas más destacadas del palacio son el comedor de gala, los salones del Trono y de los Espejos, la Sala de Porcelana, la escalera principal, la capilla real y la Real Farmacia. En el exterior son destacables los jardines del Campo del Moro.
Una de las últimas estancias en poder visitarse es la antecámara, dónde esperan los diplomáticos para la entrega de credenciales que se hace anualmente. Ese día, la Guardia Real acompaña a los embajadores en un desfile que va del Ministerio de Asuntos Exteriores hasta el Palacio con toda la pompa que merecen los diplomáticos.
Tras esta exhausta visita por un edificio inacabable, si al viajero aficionado por la historia aún le quedan ganas de más, puede visitar otros inmuebles de lustroso pasado en la capital de España. Como el Palacio de Buenavista o el Cuartel del Conde Duque. O bien monumentos como el Cerro de los Ángeles o el Templo de Debod.
Dónde dormir: Hotel Meninas; Calle Campomanes, 7; 28013 Madrid; teléfono: 915412805.
Dónde comer: La Candela Restó; calle Amnistia, 10; 28013 Madrid; teléfono: 911739888.