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Al parecer, la vida acaba en el agua. Aunque su legado sigue indemne. Cientos de pecios aguardan bajo las aguas de los mares y océanos de la Tierra que la historia recuerde su poso. Hubo barcos que pusieron rumbo a un destino que nunca alcanzaron y hoy aguardan silenciosos en los fondos de medio planeta. Y España es dueña de la mayor flota histórica del mundo que permanece en los fondos abisales a la espera de ser rescatada, no solo por los cazatesoros sin escrúpulos.

Las informaciones recogidas por la Armada española desde el siglo XIII determinan la existencia de más de 1.500 buques españoles o de otras nacionalidades naufragados en las actuales aguas jurisdiccionales españolas. La mayoría de estos buques contienen importantes restos del hundimiento, hoy valorados como tesoros.

Desde que egipcios y fenicios se embarcaron en la aventura de la navegación, el fondo del mar se alimenta de naufragios. Sobre el lecho marino reposan los restos de embarcaciones de todas las épocas en cantidades incalculables. Solo en la costa gaditana y onubense yacen cerca de 1.000 navíos con sus correspondientes cargas. Casi 300 de ellos están más o menos localizados. A falta de un Titanic, España presenta sus credenciales con el pasado imperial como mejor aval. El poderío naval patrio en tiempos de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II sembró las costas de medio mundo de embarcaciones y en ocasiones las guerras y en otras las inclemencias meteorológicas hizo que el mar engullera cientos de galeones.

Nuestras aguas no abarcan hoy mucho territorio del mapa marino, pero nuestros barcos llevan siglos surcando los mares. Se calcula que cerca de tres millones de embarcaciones aguardan su destino en el abismo oceánico, según la Unesco. Un alto porcentaje de ellos lleva el sello de nuestros antepasados. El siglo XVIII es el que más naufragios recoge con 390, seguido por el XX con 307, el XIX con 239, el XVI (238) y XVII (147) entre navíos, fragatas, vapores, corbetas, bergantines,…

Uno de los más conocidos es el de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. Su hundimiento tuvo lugar el 5 de octubre de 1804 frente a la costa portuguesa del Algarve, durante la Batalla del Cabo de Santa María que enfrentaba a la Armada inglesa con la española. La fragata iba cargada con oro, plata, telas de vicuña, quina y canela. En 2007 este episodio histórico salió a la luz cuando la compañía americana Odissey anunció su descubrimiento. Por su parte, el Gobierno español reclamaba sus derechos, por lo que se inició un largo proceso judicial que acabaría inclinándose del lado español.

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Del Golfo de Cádiz se ha dicho que contiene más oro que el Banco de España. Solo entre los años 1503 y 1660 el volumen de oro trasladado por buques españoles a lo largo de la costa gritaban ha sido cifrado en un millón de kilos. Y el de plata en 17 millones. Cádiz era el primer punto de contador peninsular para las travesías procedentes de América. Entre Ayamonte y Tarifa descansan los restos de 8.000 navíos hundidos entre los siglos XVI y XIX.

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Parte del tesoro hallado de la fragata ‘Nuestra Señora de las Mercedes’.

Uno de los acontecimientos históricos que más vestigios han enterrado bajo las aguas fue la Batalla de Trafalgar. Acaecida en 1805, en la contienda se sumergieron 20 navíos. Los que sobrevivieron a los cañonazos del enemigo tuvieron tiempo de acompañar a sus compatriotas en la desgracia, ya que un terrible temporal se llevó por delante parte de la flota superviviente.

El buque insignia de la flota española en aquella contienda, el Santísima Trinidad, perece hundido en aguas de la bahía de Cádiz. Un buen puñado de pecios salpican el litoral comprendido entre el cabo portugués de San Vicente y la Punta de Tarifa. Solo en tramos próximos a la costa 274 barcos esperan su momento para ser rescatados.

2.700 años contemplan las embarcaciones más añejas descubiertas en el Mediterráneo Occidental. Son dos barcos fenicios hallados en 1988 en la playa de Mazarrón (Murcia) A escasa profundidad duermen sobre un lecho de posidonia estos dos ejemplares únicos de la navegación fenicia. La huella que Roma dejó en la Hispania arqueológica es el resultado de siete siglos de convivencia. Y bajo los mares de las costas españolas el inventario de reliquias romanas (pecios, ánforas, lingotes de plomo…) es tan extenso que se hace complicado asignarle un barco a cada resto localizado.

El inventario puede arrancar en la costa catalana con el puerto de Ampurias. Cerca de su puerto se han encontrado 250 bloques pertenecientes al antiguo puerto grecorromano y en la misma provincia han aparecido al menos dos barcos romanos (en Isla Pedrosa y Palamós) del siglo II de nuestra era. Tesoros de la arqueología submarina.

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Ánforas romanas contenidas en el Pecio Bou Ferrer (Villajoyosa)

Las Baleares alardean también de un patrimonio romano en remojo: El pecio ibicenco de Grum de la Sal, el mercante de Binisafúller (San Luis, Menorca), el navío de la Colonia de Sant Jordi (Mallorca), el fondeadero de Es Mercadal (Menorca), los dos pecios encontrados frente a la isla de Cabrera, o la nave localizada en Es Freus, entre Ibiza y Formentera. También la costa levantina presume de pecios romanos: la nave del siglo II a.C. de Cristo Ben-Afeli (playa de Almazora, Castellón), el Bou Ferrer (Villajoyosa) y el pecio de la Albufereta (Alicante) son una muestra.

Más al sur, El Capitán (siglo II a.C.) y Pecio Gandolfo, tres siglos más moderno, envejecen bajo las aguas de Cartagena y Almería, respectivamente. El recorrido concluye en aguas andaluzas con el Pecio del Cobre, frente a la isla de Sancti Petri (Cádiz) y el barco bizantino del siglo VI hallado en aguas del Guadalquivir.

Uno de los puntos malditos de nuestra geografía costera, aunque bendito para los cazatesoros, es la bahía de Santoña. Bajo sus aguas se han documentado 17 pecios datados entre los siglos XVI y XIX. Uno de ellos centra todas las miradas: el galeón Nuestra Señora de la Concepción. Ninguno de los 200 barcos hundidos frente al Cantábrico ha superado en importancia al anterior. Desde su naufragio en el siglo XVII retiene las claves del combate naval que enfrentó a españoles y franceses el 14 de agosto de 1639.

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Restos originales de un pecio fenicio expuestos en el ARQUA de Cartagena./Nanosanchez

Otro auténtico cementerio de pecios yace también bajo la bahía de Vigo. Tras la batalla de Rande en el siglo XVIII, su fondo marino se convirtió en la imagen del descalabro naval. La Armada franco-española capitaneada por el almirante Manuel de Velasco se descosió por completo en 1702 frente a la flota anglo-holandesa. Hoy, la bahía de Vigo es el paraíso de todo cazatesoros. Van en busca de los restos del Santo Cristo de Maracaibo, que se fue a pique cuando ponía rumbo a Londres tras chocar con una roca cerca de las Islas Cíes.

Otro punto negro está en Gerona, frente al Cabo de Creus. Uno de los entrantes de la abrupta costa gerundense, Cala Culip, se convirtió en trampa mortal para un buen número de embarcaciones. Ocho barcos de época romana y medieval son la prueba de que el lugar era un matadero sorpresa para navíos pequeños. Entre ellos destaca el Culip IV, una menuda nave romana que seguramente cubría la ruta Narbona-Ampúrias. Iba cargada con 50 lucernas, 80 ánforas de aceite y más de 3.000 recipientes de vajilla de terra sigilata.

No solo nuestras costas están atestadas de pecios con historia. El mar del Caribe, Estados Unidos, Italia o Bélgica custodian también una página de nuestro pasado en su seno marino. Allá donde llegaban los tentáculos del imperio y su poderío naval. Uno de ellos se fue a pique por la climatología a 17 kilómetros de la ciudad de Nieuport que se dirigía a la Flandes española del siglo XVII.

Era un galeón de tres mástiles y 54 metros de eslora. La Flota de Indias, por su parte, se expone en museos norteamericanos, como el San Esteban, que yace frente a la costa de Texas desde 1554, Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción (1641, República Dominicana), o Nuestra Señora de las Maravillas (1656, Bahamas)

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En el Puerto de Alicante permanece atracada una réplica del navío ‘Santísima Trinidad’.

El Siglo de las Luces ilumina también su legado submarino. Desde 1715 una flota de 11 barcos repletos de plata se alojan entre los arrecifes de Florida esperando que alguien los rescate. Otras 18 embarcaciones se vieron sorprendidas por un ciclón en 1733 en las inmediaciones del Triángulo de las Bermudas. O bien el Nuestra Señora de los Milagros, malogrado en 1741 frente a la península mexicana del Yucatán. El reparto se completa con el galeón Nuestra Señora de Guadalupe, sumergido en 1724 frente a la bahía dominicana de Samaná.

Hace siglos era una quimera recuperar los restos de un naufragio. Hoy es posible gracias a la arqueología subacuática. Con respecto a la propiedad de los pecios sumergidos, si el barco no se encuentra en las aguas jurisdiccionales del territorio al que perteneció, puede haber un conflicto de intereses entre ambas partes. La mayoría de estas situaciones se resuelven en los tribunales atendiendo a la jurisdicción.

La ley española recoge que si han transcurrido más de tres años desde el hundimiento, el barco pasa a ser propiedad del Estado, por lo que tiene potestad sobre él, independientemente del origen primario de la nave.

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