Playas blancas inmaculadas, costa rocosa, las cimas de los Montes Azules, los bosques, las geométricas plantaciones de café, los torrentes cristalinos y las tranquilas aldeas presentan el rostro más simple y genuino de una tierra mimada por la naturaleza. Se trata de Jamaica, la tercera isla de las Grandes Antillas, que surge a 18º de latitud norte del Ecuador, frente al brazo de un mar que separa Cuba de Haití.
Jamaica es la tierra de los rastas. Creen en Hailé Selassié Ras Safari Makonnen, perteneciente a la dinastía del rey Salomón y último emperador de Etiopía. Aseguran que son exiliados de ese país y proyectan su regreso a África, a la tierra prometida del dios Jah. Profesan la no-violencia, se visten con los colores del León de Judá (rojo, verde y amarillo) y se dejan crecer las trenzas.
La historia de este país tiene orígenes españoles. Fue una posesión de la Corona hispana, conocida como Santiago, entre los años 1494 y 1655, cuando resultó invadida por tropas inglesas. Luego se convirtió en una posesión inglesa, y más tarde en una colonia británica, conocida como Jamaica. En sus primeros 200 años de dominio británico, Jamaica se alzó como el mayor exportador de azúcar del mundo. La isla logró su independencia el 6 de agosto de 1962.

La capital del turismo jamaicano es Montego Bay que, a principios del siglo XX, fue la primera, junto a Port Antonio, en recibir a un gran número de viajeros atraídos por el sol y el mar, además de por la alegría de su gente. La ciudad, caótica y desordenada, ofrece todo tipo de atractivos; si bien, más allá de las filas de tumbonas y las piscinas de agua dulce se ocultan los pobres guetos que se hacinan en las montañas.
Montego Bay puede ser el punto de partida para hacer un viaje por esta tierra. La primera meta es Negril, una larga playa de moda, con un pequeño puerto natural y altos acantilados. A lo largo del Norman Manley Boulevard y de la West End Road se suceden decenas de resorts y de pensiones que garantizan sol, mar y un sinfín de diversiones a los turistas. Negril es una ciudad muy animada. Sobre todo por la noche, cuando empiezan a difundirse en el aire las notas de la música reggae y aparecen personajes excéntricos en las playas.
También el interior de la isla merece una visita si se quiere admirar un panorama semejante al de lrlanda, hecho de suaves declives montañosos, amenos valles y extensas plantaciones de caña de azúcar, de papaya, de piñas y de hortensias, preludio de suntuosas residencias coloniales.

El Cockpit Country, en el norte, es una zona de de paisaje kárstico, patria del orgulloso pueblo de los maroon, constituido por la comunidad de esclavos liberados por los españoles en 1660, cuando Jamaica pasó a manos de Inglaterra. Volviendo a la costa y prosiguiendo hacia Port Antonio, se suceden Discovery Bay y Runaway Bay, la playa de la que zarparon los últimos españoles cuando abandonaron la isla.
La ciudadela de St. Ann’s Bay con los restos de Sevilla Nueva, el primer asentamiento español, es la antesala de Ocho Ríos, donde fondean los cruceros que realizan la obligatoria ascensión a los espléndidos Dunn’s River Falls. Desde aquí y hasta Port Antonio se inicia el tramo de costa más espectacular y salvaje, constituido por una exuberante vegetación que llega a lamer las largas y con frecuencia rocosas playas bañadas por las olas. En Oracabessa vivió mucho tiempo Ian Fleming, creador del agente secreto 007.
Port Antonio atrae por su simplicidad: por las bahías que delimitan el puerto, la ciudadela y las calles. Terminados los tiempos de la industria del plátano y de Hey, Mr. Tallyman, cantada por Harry Belafonte, Port Antonio está adormecida en el recuerdo de los días en que aquí vivían los dioses de Hollywood. Al terminar la Primera Guerra Mundial, Port Antonio se convirtió en la meta preferida de muchos personajes célebres, desde Rudyard Kipling y Ginger Rogers a Bette Davis.
Siguiendo el camino se llega, después de una treintena de kilómetros a las espaldas del viajero, a las cascadas de Manchioneal. Desde aquí conviene volver atrás y, si hay tiempo, trasladarse a la localidad de Anotto Bay, a 40 kilómetros de Port Antonio, para llevar a cabo la travesía de las Blue Mountains, entre paisajes montañosos llenos de plantaciones de café.
Desde lo alto del macizo se puede contemplar la llanura de Kingston y la capital, que se extienden hasta el mar, con el puerto y la península de Palisadoes, en cuyo vértice se encuentran los restos de Port Royal, la antigua y temida ciudad de los bucaneros que, bajo la guía del pirata Henry Morgan, se convirtió en la más rica, corrupta y viciosa de toda la zona.

Llega la hora de preparar la maleta y regresar a nuestro punto de origen porque el viaje por Jamaica toca a su fin. No está de más que sepa el viajero que, si tiene algún problema con su retorno puede acudir a Flightright, una web que ayuda los pasajeros a conseguir una indemnización en caso de vuelo retrasado, cancelado o con overbooking. Puede reclamar con éxito entre 250 y 600 euros por pasajero.
Según el Reglamento Europeo, a los pasajeros afectados por estas incidencias les asiste la razón. Incluso en vuelos de bajo coste. Eso sí, siempre y cuando se cumplan ciertos requisitos y que la compañía aérea sea responsable de la irregularidad, Flightright puede ayudar al viajero a reclamar sus derechos.
La nostalgia por estas tierras caribeñas recuerda al viajero su largo periplo por otros destinos del globo. No hace mucho que estuvo en Tailandia y, hace algunas semanas, también dejó su impronta en el Pacífico canadiense, Great Bear, la selva tropical más grande del mundo.
*Artículo patrocinado

Dónde dormir: Good Hope Country House; Falmouth; Trelawny; teléfono: 001 876 6105798.
Dónde comer: Rick’s Café; Lighthouse Road (Negril); teléfono: 001 876 9570380.