En la Barcelona decimonónica del siglo XIX coincidieron dos factores para modernizar la vieja ciudad medieval: la saneada economía de una ciudad en plena revolución industrial y una pléyade de excelentes arquitectos. El resultado de todo ello fue el barrio del Ensanche, una gran cuadrícula con amplias avenidas, intersecciones cortadas en chaflán y edificios modernistas de la talla de la Casa Batlló, la Casa Milà o el Palau de la Música Catalana y el hospital de Sant Pau.
El artífice creador del distrito Ensanche de Barcelona fue el urbanista Alfonso Cerdá. Su barrio estaba formado por una serie de manzanas cuadradas que alcanzaban los 113,3 metros de lado. En los edificios del barrio trabajaron los más prestigiosos arquitectos de aquella época en la Ciudad Condal, como Antonio Gaudí, Puig i Cadafalch y Domènech i Montaner. Una pléyade de genios.
El viajero que deambula por cualquiera de las calles del Ensanche y tiene la precaución de observar los edificios por encima del nivel de los bancos, restaurantes y comercios que ocupan la planta baja, se encuentra con la sorpresa de bellísimas fachadas modernistas que compiten en belleza, armonía y decoración. Su fecha de construcción suele oscilar entre 1880 y 1915.

Algunas de las joyas modernistas de la ciudad, casi todas contenidas en este barrio, y visitas de obligado cumplimiento para el viajero que se precie llegar hasta aquí, son la Casa Milà (la Pedrera; 1910, de Gaudí); el Palau de la Música Catalana y el hospital de Sant Pau (ambos de Doménech i Montaner); la Casa Lleó Morera (1902, de Lluís Doménech i Montaner), la Casa Amatller (1900, de Josep Puig Cadafalch) o la Casa Batlló, de Gaudí (1914, autor de La Sagrada Familia o el Parque Güell)
Los comienzos del siglo XIX en el arte de la arquitectura se vieron marcados por el movimiento del Neoclasicismo, que ya venía del siglo anterior y fue impulsado por la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. En este estilo se realizarían edificios como la Casa Xifré o el Teatro Principal.

A finales de siglo llega otro movimiento que cobra una gran importancia en la sociedad catalana como medio de expresión: el Modernismo. Fue una tendencia cultural que llegó a todas las formas del arte: pintura, escultura, arquitectura y artes menores como las decorativas. Aunque fue muy heterogéneo, el Modernismo tuvo unas características concretas, como el gusto por la línea curva y las formas geométricas, la asimetría y el empleo de los nuevos materiales obtenidos tras la revolución industrial.
El arte público también ganó importancia en este siglo. Merece la pena mencionar para interés del viajero la Fuente de Hércules, de Josep Moret, o el Monumento a Colón creada por Cayetano Buigas y con la estatua del almirante genovés realizada por Rafael Atché.
La ruta del Modernismo barcelonés puede partir, por ejemplo, del fantástico Park Güell, donde el viajero podrá admirar una preciosa vista de la ciudad a sus pies. En este lugar, Gaudí plasmó su pasión por las formas de la naturaleza y experimentó el paisajismo.
La siguiente parada nos descubre la obra del no menos genial Lluis Doménech i Montaner, el exponente de un arquitecto superlativo. En torno a su hospital de la Santa Creu i de Sant Pau resulta una auténtica maravilla pasear por sus jardines, perderse observando esculturas y mosaicos, o admirar los 16 pabellones, unidos por casi dos kilómetros de pasadizos subterráneos.
Del hospital, el viajero se dirige a la Sagrada Familia por la agradable avenida de Gaudí. Al llegar, descubrirá uno de los signos de identidad más universales de la ciudad y de todo el país. Se trata de una basílica católica que recibe cada año más de dos millones de turistas. Es la obra cumbre de Gaudí, el templo expiatorio del genial arquitecto. Sobran las palabras.

De aquí enfilamos el Paseo de Gracia para disfrutar del mejor Gaudí. La casa Milá o Pedrera es una estructura abstracta con formas orgánicas de color gris, hierros retorcidos y chimeneas con formas de guerreros con yelmo. Con esta obra Gaudí consiguió expresar su concepción de arte total.
La casa Batlló, situada en el número 43, no tiene ningún ángulo recto y fue en la que Antonio Gaudí intentó reflejar su idea del paraíso. Por su parte, la casa Amatller (en el número 41), se reconoce por sus ventanas góticas y sus dragones que sobresalen de la fachada.
Una última visita para terminar el paseo por le Modernismo sería el Palau de la Música Catalana de Barcelona (1908), donde es realmente difícil cerrar los ojos a la invasión de la belleza visual, que viene a corroborar y matizar la auditiva, de sus mosaicos de cerámica y los cristales polícromos de temática floral. Se trata de una de las principales salas de conciertos del mundo. Ahí es nada.

Dónde dormir: Soho; Gran Vía de les Corts Catalanes, 543-545; 08011 Barcelona; teléfono: 935529610.
Dónde comer: Caelis; Via Laietana, 49; 08003 Barcelona; teléfono: 935101205.