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El santuario de Conquezuela, datado en la Edad del Bronce (2000 a 1600 a.C., aproximadamente) es uno de los lugares más misteriosos y emblemáticos de la provincia de Soria, sobre todo por su cercanía a Ambona y Torralba, donde existen restos de los antiguos elefantes que vivían en la Península Ibérica hace 400.000 años. Este recinto sagrado tenía delante una laguna de unos 50.000 metros cuadrados, actualmente desecada, por lo que el viajero tendrá que recurrir a la imaginación para reconstruir mentalmente un lugar con distinto aspecto del que tenía cuando se desarrollaron allí los cultos dedicados al agua.

Se trata de un macizo de arenisca roja en el que se abre una grieta de unos 5 metros y medio de altura y 10 metros de profundidad, más o menos. En su interior hay una especie de pileta natural en la que cae un hilo de agua continuamente. En las paredes se han practicado unas 1.200 cazoletas de diversos tamaños, entre 2 y 5 centímetros de diámetro.

Están acompañadas por 48 figuras de ‘bailarines’ danzantes u orantes, según la interpretación de varios historiadores. Hay otros signos indescifrables. Quizá con posterioridad se realizó un signo circular que parece contener una serpiente, por lo que es casi seguro que los cultos que allí se realizaron están relacionados con el agua (cultos lustrales o de adoración de los femenino)

Abundando en la antigua laguna, todo hace pensar, por la dirección del canalón del altar de los sacrificios, que los rituales eran en honor al dios o a la diosa que habitaba en el fondo del lago según sus creencias, pues la sangre de la víctima era derramada en dirección a dicho lago para ganar tierras al cultivo en época franquista. Lo del sacrificio a la divinidad del lago es muy probable, pues era una tradición muy extendida entre los pueblos de influencia celta.

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Una escalera o grada que podría haber sido un antiguo altar de sacrificios celta en Conquezuela.

Se accede al santuario mediante una rampa que conduce hasta una ermita dedicada a la Virgen de Santa Cruz, una aparición mariana medieval. También de la época se puede ver una pequeña bóveda de cañón que da acceso al interior del recinto.

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En su comienzo el viajero podría ver una especie de grada o escalera, que no es otra cosa que un antiguo altar de sacrificios, posiblemente humanos, semejante a otros que salpican la geografía española, con funciones tal vez parecidas a las del Altar de Sacrificios de Ulaca (Solosancho, Ávila) o el vetón conocido incorrectamente como la Silla de Felipe II. Se pueden ver los canalones donde transcurría la sangre. Podría haber sido utilizado por el pueblo vetón o arévaco.

No hay duda del carácter mágico y misterioso del lugar. Se aprecia bien el impresionante ambiente telúrico que invita a escuchar en silencio cada ruido, desde el propio rumor de la Tierra, hasta el aire que roza las tortuosas rocas, sin faltar ese leve susurro con el que vuelan las grandes rapaces. Conocedores de su carácter de lugar de poder, en la Edad Media se utilizó la parte superior de las piedras para tallar en ellas tumbas antropomorfas. Además, la presencia abundante de plantas con alcaloides permite hacernos pensar que se utilizaron en hitos relacionados con la actividad del santuario.

La Cueva de la Santa Cruz es un típico ejemplo de lugar sacralizado por el cristianismo en un intento de ocultar los cultos paganos que aquí debieron tener lugar. Justo a la izquierda de la pila natural de entrada a la ermita nos encontramos algunos símbolos, como una cruz posiblemente dejada por un eremita y una cantidad enorme de círculos, que desconocemos si eran naturales o hechos por el hombre. La pared de la cueva tiene un tinte verde fluorescente por los líquenes y pequeños microorganismos que allí encuentran su hábitat y que contribuyen a embellecer la cavidad.

La correlación que podemos encontrar entre el culto a la Virgen y determinados santuarios de origen ancestral que tienen al agua como protagonista hace pensar que Conquezuela estaba dedicado a una divinidad femenina, posiblemente relacionada con la fertilidad. Además de la curiosa forma de la cueva, es muy importante el sentido simbólico del manantial que se encuentra al fondo de la misma, y de la que sigue manando agua.

Si en San Bartolomé de Ucero, en el cañón del río Lobos, el binomio que protagoniza el enigma está formado por cueva y ermita, en Conquezuela son los símbolos inscritos sobre las piedras los que gritan un idioma ininteligible, incomprensible para la conciencia del hombre actual.

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El santuario de Conquezuela con su cueva-ermita.

La cueva y la ermita llevan al viajero a conocer Conquezuela, una perdida pedanía de Miño de Medinaceli que apenas llega a los 30 habitantes. Este paraje que fue un lugar de culto para distintos grupos de hombres y civilizaciones sigue siéndolo hoy día, pues todos los años se realiza una romería a la ermita desde el pueblo de Conquezuela.

También en Soria, y ahondando en lo mágico y ritual, los pasos del viajero pueden dirigirse hasta San Baudelio de Berlanga para contemplar una ermita que está considerada como la Capilla Sixtina del Románico castellano. Se trata de uno de los no demasiados tesoros patrimoniales del arte medieval que se mantiene todavía en pie en la Península Ibérica.

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Cómo llegar: El mejor acceso es por la A-2 hasta Medinaceli, donde tomar la SO-132, carretera local en dirección a Barahona. Tras recorrer 12 kilómetros se llega a Yelo, donde se abandona el camino para tomar el desvío a mano izquierda hasta Conquezuela. A unos dos kilómetros antes de llegar al pueblo, junto una pared rocosa que se abre en la parte izquierda de la carretera se encuentra la cueva y la ermita de Santa Cruz.

Dónde dormir: El Hogar de Conquezuela; Plaza de la Constitución, 2; 42190 Conquezuela (Soria); teléfono: 630222589.

Dónde comer: Rincón del Nazareno; Calleja Cuesta de Santiago, 3; 42200 Almazán (Soria); teléfono: 975300949.


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