La Semana Santa de Sevilla es una de las celebraciones más serias y minuciosamente más preparadas del mundo. Un delirio colectivo con música, cera, azahar y sus conmovedoras saetas
Visitar la ciudad de Sevilla siempre supone una experiencia mágica. En cualquier época del año, la capital hispalense luce para el turista con toda su exuberancia monumental, su clima y su poderosa oferta gastronómica. Pero si existe un periodo que la caracteriza es, sin duda, la Semana Santa. Durante siete días, sus calles se convierten en un hervidero de nazarenos, costaleros, pasos, cirios y sentimiento, que hacen de esta celebración el máximo exponente de la religiosidad popular. El viajero no tiene excusa para no acercarse.
La Semana Santa de Sevilla es una buena excusa para recorrer los rincones de la capital andaluza: la Giralda, la Catedral, la Torre del Oro, Triana, el barrio de Santa Cruz… las propuestas son infinitas. Pero si queremos evitar las aglomeraciones, lo mejor es contratar un recorrido diseñado a medida. La empresa 101viajes propone rutas privadas a pie o en coche de caballos, siempre en compañía de guías especializados.
Una tradición de la Edad Media
Los orígenes de la Semana Santa guardan una relación directa con la aparición de las cofradías. Algunos documentos históricos demuestran la existencia de hermandades en Sevilla desde el siglo XIII; eran grupos de fieles que vivían la religiosidad de una manera discreta, en el interior de las capillas.

Con la llegada de la Contrarreforma, la actividad de las cofradías empezó a manifestarse en la calle y fue durante el Sínodo de 1604 cuando se constituyó el germen de las celebraciones de Semana Santa: se marcaron las estaciones de penitencia, se establecieron las normas de vestimenta en las procesiones y se prohibió a las mujeres ‘disciplinarse’, es decir, aplicarse penitencias o tormentos en presencia de público.
Durante el siglo XIX, la Semana Santa de Sevilla sufrió diversos altibajos que afectaron a su desarrollo: invasión francesa, desamortización de Mendizábal, Revolución de 1868… Pero recibió un impulso importante gracias a la infanta Luisa Fernanda de Borbón, que estableció en la ciudad la ‘corte chica’ junto a su esposo Antonio de Orleans. La restauración borbónica favoreció la aparición de nuevas hermandades y convirtió la Semana Santa de Sevilla en un reclamo turístico incipiente.
La Segunda República española significó un nuevo retroceso. En 1932 solo una hermandad se atrevió a salir en procesión y se produjeron varios altercados violentos protagonizados por anarquistas. Durante el franquismo, la Semana Santa recuperó su esplendor y ya en la etapa democrática fue declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional.
Procesiones y Madrugá
La celebración de la Semana Santa en Sevilla se rige por unas normas muy estrictas, que afectan tanto a los días de procesión como a su organización interna. La celebración se inicia con el Domingo de Ramos; el grueso de las procesiones se desarrolla entre el Viernes de Pasión y el Domingo de Resurrección, pero también salen algunos pasos el martes, miércoles y Jueves Santo.

El mayor acontecimiento de la Semana Santa sevillana es la conocida Madrugá, del Jueves al Viernes Santo, en la que diversas hermandades sacan sus pasos en procesión a partir de la medianoche. La Virgen de la Esperanza Macarena es la primera en salir desde su basílica. Más tarde lo hacen las hermandades del Cristo del Gran Poder, Esperanza de Triana y los Gitanos.
Todas realizan un itinerario que se conoce como Carrera Oficial. Empieza en la plaza de la Campana, sigue por la calle Sierpes, plaza de San Francisco (donde se instalan los lujosos palcos de las autoridades) y avenida de la Constitución, y finaliza en el interior de la catedral.
Su aparición es admirablemente sincronizada. Si alguna se retrasa o adelanta, es debidamente sancionada por el Consejo de Cofradías. Unas cofradías son populares y rivalizan en riqueza y adorno; otras son de penitencia y rivalizan en austeridad y cilicio. Media Sevilla representa el espectáculo para que la otra media contemple y apruebe, pero la mitad no se resigna a un papel pasivo. También ella se erige en espectáculo. Hay que vivirla in situ para poder sentir la experiencia.
