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Las Nuevas Poblaciones, conjunto de colonias establecidas en Sierra Morena por iniciativa de un grupo de ilustrados, fueron una utopía social sin parangón en la España de Carlos III. Como tales, no llegaron a prosperar lo suficiente. Es uno de los aspectos más desconocidos de la historia de esta cordillera del sur de España que separa la Meseta Central de la Depresión Bética. Y es que desde que los confíes acamparon en sus estribaciones al final de la Reconquista, haciendo surgir un bandolerismo morisco que perpetuaba la guerra al castellano, Sierra Morena ha sido un emplazamiento idóneo para el refugio de malhechores. Sus lomas verdes de vegetación abundante, sus gargantas y sus desfiladeros coronados por amplio saliente parecían creados para el escondite y la emboscada.

La cosa no pasaría de ser un problema local si no fuera porque Sierra Morena era paso obligado en el trayecto entre dos de las principales ciudades de España: Sevilla y Madrid. Sin pueblos, ni posadas ni campesinos alrededor, el viajero estaba expuesto a cruzarse con individuos de la peor calaña y el viaje se convertía en una ventura de incierto desenlace.

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La Carolina sigue el trazado urbanístico de la Ilustración española.

Con el triple objetivo de hacer más seguros los caminos de Sierra Morena, repoblar un territorio baldío y, sobre todo, crear una sociedad rural ejemplar, los ilustrados del Gobierno español del siglo XVIII iniciaron la titánica tarea de repoblar las tierras de Sierra Morena con 6.000 colonos traídos de Europa Central. Tenían que ser ciudadanos útiles, agricultores o artesanos que conocieran el oficio, hallarse en una edad activa y ser buenos católicos.

Las Nuevas Poblaciones fueron la gran empresa utópica de la Ilustración española, un proyecto de ingeniería social que había de servir de modelo a todas las comunidades rurales del país. A cada colono se le adjudicaría un terreno de 50 fanegas, los privilegios de la Mesta quedaban abolidos, pero cada colono contaría para sus sustento con dos vacas, cinco ovejas, cinco cabras, cinco gallinas, un gallo y una marrana de parir con terrenos comunales para el pasto. La tierra de cada colono era inajenable e indivisible, libre de impuestos y debía ser ocupada por un periodo no inferior a diez años. Como no había aristócratas, ni órdenes religiosas ni ricos terratenientes en el proyecto, el mayorazgo y las manos muertas no estaban contemplados.

Sin embargo, al formarse los primeros grupos de trabajo, el Gobierno constató que estaba ante colonos «díscolos y de baja calidad». Algunos eran cortos de alcance, los más no habían cogido un apero en su vida y muchos otros solicitaron apresuradamente el pasaporte de vuelta. El agosto andaluz resultó demasiado duro para ellos y las malas cosechas se impusieron a las buenas.

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aldeaquemada
Iglesia parroquial de Aldeaquemada.

No obstante, los caminos de Sierra Morena ganaron en seguridad y comodidad, y aunque la Guerra de la Independencia reavivó el bandidaje, la carretera cambió sustancialmente el paisaje. Aún hoy sobreviven pueblos como La Carolina, La Carlota, La Luisiana, Guarromán, Fuente Palmera o Aldeaquemada, con sus trazados ortogonales y sus plazas de formas geométricas al estilo ilustrado. El 5 de marzo de 1835 cesó de forma definitiva el Fuero de las Nuevas Poblaciones.

Pero mucho antes de que los colonos alemanes y flamencos pusieran pie sobre estos suelos, la comarca norte de Jaén, las montañas y los cerros que flanquean Despeñaperros fueron habitados durante la Prehistoria por hombres y mujeres que dejaron su huella rupestre en oquedades tan importantes como la Cueva de los Muñecos, cuyas pinturas fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad.

Siglos después, estos parajes acogieron una de las batallas más importantes del Medievo: la batalla de las Navas de Tolosa, que enfrentó el 16 de julio de 1212 a las tropas cristianas de Alfonso VIII contra el ejército almohade del califa al-Nasir. La victoria cristiana significó el principio del fin de la hegemonía árabe en la Península Ibérica.

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Plaza Mayor de Guarromán./Ecemaml

La Carolina es la capital de las Nuevas Poblaciones. La puerta de entrada al pueblo es el monumento a la Batalla de las Navas de Tolosa; antes lo fueron las torres de la Aduana, que fueron levantadas en el siglo XVIII y dan paso a una plaza circular donde antiguamente paraban las diligencias que venían procedentes de Madrid. La Carolina invita al paseo del viajero para disfrutar de su ordenada trama urbana que le ha valido el apelativo de Joya Urbanística de Andalucía.

A destacar la plaza de los Jardinillos, una hermosa ágora decimonónica decorada con casonas de estilo colonial, la plaza del Ayuntamiento, el palacio del Intendente Olavide o la iglesia de la Inmaculada Concepción, donde oró y escribió el místico San Juan de la Cruz.

Los territorios de la pretérita Bética romana ofrecen un amplio y variado abanico de itinerarios y excursiones con historia. Andalucía cuenta con destinos de pasado remoto, como las antiguas ciudades romanas de Itálica o Carmona, reinos que quizá existieron como Tartessos o Bobastro, santuarios prehistóricos como la Cueva de las Orcas, pueblos con encanto como Moguer o Coria del Río y escenarios de algunas de las mejores producciones de Hollywood.

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El viajero aficionado a la historia puede volver al siglo XVIII español para rememorar la época de la Ilustración desde la perspectiva de la ciencia y de la cultura. Lo puede hacer si escucha este recomendable audio del programa radiofónico El Abrazo del Oso:

 Dónde dormir: Hotel La Gran Parada; Avenida de Vilches, 9; La Carolina (Jaén); teléfono: 953660275.

Dónde comer: Complejo La Mezquita; Avenida Andalucía, 111; Guarromán (Jaén); teléfono: 953615182.


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