Las universidades han de estar ubicadas en ciudades «de buen aire e de ferrosas salidas porque los maestros que muestren los saberes e los escolares que los aprendan vivan sanos e puedan colgar e rescibir placer a la tarde, cuando se levantaren cansados del estudio». Esta recomendación de Las Partidas del rey sabio se cumplía exactamente en el caso de Salamanca, cuya universidad se definía como «el ayuntamiento de maestros e escolares que es fecho en algún lugar con voluntad e entendimiento de aprender los saberes».
La Universidad de Salamanca (Patio de Escuelas, 1), de tracción superior a la de cualquier otra española, inició su ininterrumpida actividad docente en 1218, cuando el rey leonés Alfonso IX le otorgó el diploma que creaba las entonces denominadas Escuelas de la capital helmántica. Fernando III confirmaría por real cédula todas las franquicias y privilegios otorgados a las Escuelas salmantinas; privilegios que, en 1254, ratificaría su hijo Alfonso X el Sabio, quien emplea por primera vez la palabra universidad en relación con el establecimiento docente. El papa Alejandro IV concedió al alma máter salmantina el título de Estudio General, quedando así equiparada a las universidades ya existentes en París, Bolonia y Oxford.
En el siglo XVI, momento de esplendor de la universidad salmantina (que se convirtió en el foco más importante del neoescolasticismo español frente al erasmismo dominante en Alcalá de Henares), llegaron a frecuentar sus aulas hasta 12.000 estudiantes en un año, muchos de ellos de los más diversos países de Europa, para asistir a sus cursos, especialmente Teología, Leyes y Cánones, impartidas por insignes maestros de la categoría de Fray Luis de León, Fray Diego de Deza, Francisco de Vitoria, Fray Domingo de Soto, Francisco Suárez, Francisco Sánchez, El Brocense, y otros nombres ilustres del Siglo de Oro; y en el XVIII, por figuras como el matemático Diego Torres Villarroel.
Las aulas consistían en la silla o cátedra (desde la que disertaba el maestro) generalmente en forma de púlpito, a cuyo pie se encontraba un pupitre para el lector. En los bordes del aula se repartían varios bancos para los graduados o invitados especiales, en tanto que la zona central estaba ocupada por los estudiantes y público en general, que se sentaban en rudas bancas de madera apenas desbastadas y sin respaldo, que pueden parecernos hoy de sorprendente incomodidad.

El colofón de la carrera universitaria consistía en la obtención del grado de doctor. Era tradición que los graduados velasen durante la noche anterior a la jornada fijada para el examen en la capilla de Santa Bárbara, que se abre al claustro de la catedral vieja en Salamanca. Y en ese mismo lugar se celebraba el examen hasta mediados del siglo XIX, pues las enseñanzas se impartieron en las capillas del claustro desde la fundación de la universidad hasta el siglo XIV.
Si el aspirante a doctor aprobaba, estallaba el júbilo y alboroto de sus compañeros, que remataba en una corrida de toros y en la ‘pintada’ del vítor con el nombre del nuevo doctor, realizada con sangre de toro mezclada con aceite, si fracasaba, salía acompañado del silencio o, a veces, del abucheo de sus condiscípulos.
Al amparo de la Universidad, la capital salmantina conoció la construcción de diversos colegios, sobre todos algunos llamados de los llamados Mayores. El más antiguo fue el Colegio Viejo o de San Bartolomé (1401), debido a la iniciativa del arzobispo don Diego de Anaya. El actual edificio, de estilo neoclásico, más conocido como Colegio de Anaya, fue construido en el siglo XVIII sobre otra edificación anterior. Uno de los personajes más ilustres vinculados a la Universidad de Salamanca fue Miguel de Unamuno. Catedrático de griego y rector de la facultad, un busto suyo preside una lujosa escalera en dicho colegio.
De entre su ornamentado arquitectónico sobresale su fachada (calle Libreros), construida en estilo plateresco hacia el año 1525, y se ha convertido en el centro de interés artístico de la universidad. Sobre las dos arcadas de la fachada, se divide en tres cuerpos: en el primero aparece un medallón con los Reyes Católicos y una inscripción en griego que dice «los reyes a la Universidad, y esta a los reyes»; en el central, el escudo imperial de Carlos V, y en el superior, la figura del Papa con dos cardenales.

Otro elemento que llama la atención de todo viajero que contempla la hermosa fachada es el del batracio más popular de España. Posada sobre una calavera labrada en el muro, esta rana de piedra fue esculpida, a juicio de algún que otro investigador, para burlar a la Inquisición.
La calavera representaría al príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, fallecido en 1497 antes de haber cumplido los 20 años. Y que la rana o sapo que lo acompaña pretendería mandar un mensaje iconográfico para burlar de esta manera al Santo Oficio. Concretamente, podría aludir a la muerte (calavera) y a la supuesta resurrección de los cuerpos en las vísperas del Juicio Final, que para los no creyentes solo llegaría «cuando las ranas críen pelo», es decir, nunca.

Dónde dormir: Hostal Plaza Mayor; Plaza del Corrillo, 20; 37002 Salamanca; teléfono: 923262020.
Dónde comer: Taberna Dionisos; Calle Íscar Peyra, 16; 37002 Salamanca; teléfono: 923265861.