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La casa que vio nacer a un ilustre de la literatura contemporánea como Vicente Blasco Ibáñez o las atractivas playas que inspiraron a un no menos genial Joaquín Sorolla, se funden con la modernidad de la arquitectura marítima de corte vanguardista que dejó la celebración de la Copa América en 2007.

Son solo algunos de los hitos que el viajero amante de la historia se encontrará a lo largo de su recorrido por la fachada litoral de Valencia, una ciudad que nunca ha dejado de estar vinculada al Mare Nostrum.

Lo lógico, por aquello de ver y recordar las cosas en el orden en que sucedieron, es comenzar este recorrido por el litoral urbano visitando su espacio más antiguo, las Reales Atarazanas (plaza de Juan Antonio Benlliure, s/n) Construidas a lo largo de los siglos XIV, XV y XVI, estas amplias naves de ladrillo, con arcos diafragma de perfil apuntado y techumbre de madera a dos aguas, sirvieron para fabricar y reparar los barcos de la potencia marítima que fue Valencia en la Edad Media.

Cuando ese poderío se esfumó, para todo, evolucionó desde almacén de sal hasta cine. Hoy son una majestuosa sala de exposiciones temporales, a donde la gente acude atraída más por el contenido que por el continente. Buena parte del brillo de esta joya del gótico civil se debe a Pere Compte, el Santiago Calatrava del cuatrocientos.

Muy cerca, al final de la avenida del Puerto, el viajero descubre el inconfundible edificio del Reloj, blanco, torreado y de clara inspiración francesa, que desde principios del siglo XIX ha marcado la hora de entrada y salida de los barcos de pasajeros.

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Restaurado a fondo, conserva su valor referencial, pues es lo primero que ve quien se acerca a la Marina Real Juan Carlos I, el puerto deportivo creado con motivo de la celebración de la Copa América.

La blancura de esta antigua estación marítima, que hoy alberga oficinas de la autoridad portuaria y muestras puntuales, contrasta con el negro cubo acristalado de la vecina Casa de la America’s Cup, donde puede verse una exposición individual sobre la larga historia (más de un siglo y medio) de la regata.

El paseo continúa hasta este lado, bordeando uno de los monumentales tinglados modernistas que fueron construidos para almacenar mercancías en la segunda década del siglo XX y en los que destaca la decoración alusiva al comercio y la navegación y los mosaicos cerámicos de temática valenciana.

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El viajero puede pasear por el hermoso paseo marítimo de la playa de la Malvarrosa./ Imagen cedida por Shutterstock

Probablemente sean los cobertizos más finos y artísticos que el viajero haya visto nunca. Este y otros dos tinglados que hay en la zona sur de la Marina han albergado exposiciones y restaurantes durante la Copa América, o los boxes y el paddock de la carrera de Fórmula Uno en el circuito urbano de Valencia.

Más allá del tinglado, apenas quedan vestigios a lo largo de los muelles de lo que fueron las bases de los equipos participantes en la Copa América. Justo aquí, interesa desviarse a la izquierda para, después de cruzar la calle del Doctor Juan José Dómine, subir por la de Francisco Cubells hasta la del Rosario, en cuyo número 1 abre sus puertas el Museo del Arroz.

En realidad, se trata de un antiguo molino de arroz que fue construido a principios del siglo XX y estuvo en uso hasta la década de los setenta, llegando a procesar hasta 20 toneladas al día; un molino que ha sido reparado y vuelto a poner en marcha para mostrar el viajero cómo se transformaba antaño el arroz cáscara procedente del campo en el grano blanco apto para el consumo.

De vuelta en la Marina, el siguiente objetivo es el edificio Veles e Vents, obra impactante del arquitecto británico David Chipperfield y del madrileño Fermín Vázquez, que ha quedado como un icono del paso de la Copa América por Valencia.

Curiosamente, el que fue edificio de invitados de la regata, tan moderno él, toma su nombre de un poema del valenciano Ausiàs March, en que invocaba la fuerza de los vientos, allá en el siglo XV. Sus enormes terrazas con suelo de madera son un mirador de lujo desde el que se domina el puerto, la ciudad y las playas de las Arenas y la Malvarrosa.

Merece la pena, sea cual sea la época, adentrarse en el mar caminando por la escollera de bloque de hormigón de hipnotizadora geometría. A un lado, se ven los barcos que amarran en la dársena deportiva; al otro, nuestra siguiente parada, la playa de las Arenas.

Este carismático litoral valenciano está repleto de restaurantes especializados en arroces y mariscos, algunos con más de cien años de antigüedad, sucesores de los barracones de madera donde los bañistas comían y se refrescaban a principios del siglo XX, cuando la burguesía valenciana bendijo con su presencia este rincón del Mediterráneo.

El edificio que aparece seguidamente, con pinta de casino de Las Vegas, es el continuador del balneario de las Arenas, levantado en 1898 y hoy convertido en un lujoso monstruo de 23 habitaciones, con 8.000 metros de jardines, spa, auditorio y 15 salones de reuniones. Los pabellones a guisa de templo griego y la piscina con trampolines son su vistosa herencia.

La playa de las Arenas se funde con la de la Malvarrosa, la de los cuadros de Sorolla. Amigo suyo fue Vicente Blasco Ibáñez, que pasó aquí largas temporadas estivales antes de decantarse por la más cosmopolita Costa Azul. En la calle de Isabel de Villena, al final del paseo marítimo, se alza la casa-museo Blasco Ibáñez. Se trata de un chalé de tres plantas con hermoso jardín, lleno de objetos personales del autor de La Barraca, obras de artistas con los que intimó y primeras ediciones de sus novelas.

El regreso a la zona del puerto la puede hacer el viajero por la misma calle del museo y su prolongación, Eugenia Viñes. Jalonan la primera viejas villas burguesas; la segunda, en cambio, tiene un aire más marinero, con edificaciones bajas pertenecientes a los antiguos calafates y almacenes de pescado del barrio de Cabanyal.

En plena semana fallera, el viajero tiene la oportunidad de, aparte de vivir la fiesta que este año ya es Patrimonio de la Humanidad, escaparse del bullicio y conocer otros rincones con historia y encanto de la ciudad del Turia, como la Valencia marítima.

Y después de la caminata, llega el descanso. El viajero cuenta con una amplia oferta de alojamiento a su alcance, como apartamentos en Valencia a buen precio o, si lo prefiere, un aparthotel en Valencia. Opciones tiene unas cuantas para pernoctar.

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Dónde comer: La Pepica; Paseo Neptuno, 6; 46011 Valencia; teléfono: 963710366.


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