Cuando finalizó la Guerra de la Independencia contra los ingleses, las antiguas colonias americanas se integraban en una simple confederación de territorios, sin más instituciones comunes que el Congreso Continental. El hecho de que se aprobase la Constitución federal de 1787 dio un vuelco de tuerca e hizo comprender la necesidad de establecer una verdadera capital nacional.
Durante su primera presidencia, George Washington se estableció en Nueva York, y en 1790 Filadelfia fue designada capital para un periodo de diez años. Pero no fue hasta 1791 cuando se tomó la decisión sobre la capital definitiva; fue el resultado de una negociación entre los representantes de los estados del Norte y del Sur: los virginianos consiguieron que se emplazara en su área.
La Federal City
El punto exacto donde brotaría la nueva capital fue elegido por el general Washington, y desde ese momento se sobreentendió que la nueva ciudad llevaría su nombre, aunque él siempre se refirió a ella como Federal City.
Por encima de todos los demás homenajes, la capital federal de la nación fue bautizada en honor de su primer presidente como Washington D.C. (iniciales de District of Columbia), lo que la convierte en una de las dos capitales del mundo con nombre de presidente de Estados Unidos (la otra es Monrovia, capital del Liberia, en África, en memoria de James Monroe).
También hay un estado en el noroeste llamado Washington, cuya ciudad más poblada y conocida es Seattle, y para no confundirlos se suele aludir a la capital simplemente como D.C. o Washington City. En esta abundan los lugares dedicados al presidente, siendo el más famoso y espectacular el gran obelisco blanco del National Mall (una explanada) conocido como Monumento a Washington (un guiño egipcio a los ideales esotéricos que abrazaron los primeros norteamericanos).
Sin embargo, en contra de lo que muchos creen, el inspirador de la ciudad no se halla enterrado en ella, sino en su finca de Mount Vernon, aunque hubo planes para llevar su tumba a D.C. que, finalmente, se descartaron.
Orígenes de Washington
Washington D.C. s, en el límite entre Virginia y Maryland, ocupando un territorio autónomo denominado Distrito de Columbia. El diseño urbanístico quedó a cargo de un arquitecto francés llamado Pierre Charles L’Enfant; su plan de 1791 muestra un esquema de amplias avenidas radiales, con el Capitolio como punto neurálgico.
¿Fue la elección de Washington como capital de la nación algo casual, o intervinieron ciertos aspectos cuanto menos ‘esotéricos’? Si autores como como David Ovason están en lo cierto, la capital misma de la nación es una especie de talismán mágico diseñado para atraer las energías benefactoras de la constelación Virgo, que, según él, tiene una importancia especial en la francmasonería.
En La arquitectura sagrada de Washington, Ovason especula sobre la intención esotérica que hay detrás del diseño y organización de la capital. El detalle de que cuando George Washington colocó la primera piedra del edificio del Capitolio en 1793 llevaba puesto un peto masónico con simbología masónica oculta, así como un zodiaco, resulta fascinante.
Según defiende este autor, él y otros Padres Fundadores dispusieron los edificios más importantes de la ciudad, como el Capitolio, la Casa Blanca y el monumento a Washington, de modo que imitaran el triángulo de estrellas de la constelación de Virgo.

Qué ver en Washington
Washington es una ciudad que sorprende. La capital de Estados Unidos abunda en monumentos emblemáticos, enormes museos y centros de poder, con sus visionarios y demagogos. El National Mall (casi 3 kilómetros de monumentos simbólicos y edificios de mármol sagrados) es el epicentro de la vida política y cultural.
No hay mejor lugar para recorrer la historia estadounidense, y pasea pasando la mano por el Memorial a los Veteranos de Vietnam o subiendo la escalinata del monumento a Lincoln, donde Martin Luther King pronunció su famoso discurso “Tengo un sueño”.
Quizá el edificio que mejor representa la imaginería masónica de Washington sea la House of Temple (Casa del Templo). Inspirada su arquitectura en el Museo de Halicarnaso, una de las Siete Maravillas del Mundo, el inmueble cuenta con una sucesión de elementos simbólicos: La cifra 33, por ejemplo, está omnipresente por toda la casa. Y no resulta casual: 33 es el total de grados de conocimiento que se deben adquirir en la logia masónica para convertirse en un maestro; 33 son las columnas exteriores del templo; y 33 son los pies de altura que tiene la cámara central del edificio…
Si echamos la vista atrás, la primera piedra del nuevo Congreso de la ciudad de fue colocada el 18 de septiembre de 1795 en una ceremonia presidida por la Gran Logia de Maryland con George Washington como maestro de ceremonias. Portaba los símbolos masones por excelencia, la escuadra y el nivel, además del mandil masónico que se conserva en un museo.
El Capitolio de Washington es el edificio que alberga las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos. Su historia también está vinculada a la masonería. Obra del arquitecto William Thorton, asimismo, mediante un rito masónico se inició su construcción. La logia número 22 de Virginia y la número 9 de Maryland recibieron al presidente de la nación. El constructor de la cúpula del Capitolio, Charles Bulfinch, también era masón.
Washington ocupa un papel estelar en la historia de Estados Unidos. Y los aspectos más desconocidos relacionados con el pasado de este joven país, de poco más de 200 años de existencia, vienen reflejados en mi último libro, Historia oculta de Estados Unidos (Edaf). Una obra que también refleja el enorme legado español en el país de las barras y las estrellas.